20 de junio de 2007

-Off Topic- Un hasta pronto

Saludos,

antes que nada pediros disculpas por mis ausencias, y sobretodo por teneros en ascuas durante tantos días.

Me ha sido imposible mantenerme al día con la historia, y ahora ya es tarde para continuar con el formato hasta ahora utilizado, por lo que, después de mucho meditarlo, he decidido parar el blog y escribir el resto de la historia con calma y sin tener que estar pendiente del día a día.

Ésto va a reportar una mejor estructuración de la historia, que salga más pulida y tendré más opciones a la hora de escribirla, ya que hacerlo en tiempo real no es nada fácil. Pude hacerlo durante un tiempo, pero el trabajo y otros asuntos me lo impiden ahora, por lo que espero que comprendais (aunque no os tiene porque gustar) la decisión tomada.

Espero poder dedicarle todos mis esfuerzos durante las vacaciones y tener terminada la historia de Daniel García para septiembre, o principios de octubre como mucho.

Aún no sé si la continuaré aquí, si crearé una web expresamente para la historia, o quizás, si la suerte me sonríe, sea publicada en formato novela. Por ahora es pronto para especular, pero sobre cualquier noticia o avance que os pueda dar, éste blog será el lugar.

Muchas gracias por estar ahí, por darme ideas, por corregirme algunos errores, por mandar vuestros personajes (Alba fue creada por Gelmir aunque la envió como Anónimo, gracias también a él).

Esto es un hasta pronto, porque volveré de una forma u otra.


Un saludo,

Daniel End (Arawna)

30 de mayo de 2007

La chica de la guitarra

La de ayer fue una noche inusualmente tranquila a la par que extraña. Casi diría que surrealista.

Después de hablar con Magda -que no había visto ni oído nada fuera de lo normal- me dí una ducha y volví a bajar a Barcelona. Intento pasar las noches ahí, que es dónde más puedo hacer y el único lugar dónde Carmen puede contactar conmigo. En el trayecto barajé varias posibilidades respecto a la enigmática nota, pero las descarté por improbables. Necesitaría más datos si quería resolver la ecuación.

Cené con Sara en un fresco y luego nos fuimos a un pub al que nunca había estado, pero del que he oído hablar varias veces. Se llama Mediterráneo y hacen música en directo, monólogos y actuaciones varias. La verdad es que el lugar está muy bien y es acogedor, y además no está muy lejos del centro. Carmen se pondría en contacto conmigo si me necesitaba, así que intenté relajarme y disfrutar de la velada. Nos tomamos unas copas mientras un tipo argentino vomitaba su monólogo -bastante tópico, por cierto- y al poco rato desconectamos y hablamos de nosotros. Hacía muchos días que no disfrutábamos de un rato de intimidad. La verdad es que me sentó de maravilla hablar de cosas mundanas, como mi trabajo, sus estudios, los amigos...

Cuando nos dimos cuenta y aparté los ojos de los de Sara, un silencio expectante flotaba en el ambiente, el monologuista había desaparecido y en su lugar había una muchacha menuda, de pelo oscuro y lacio, enfundada en unos vaqueros gastados. Sostenía una guitarra frente a ella, enorme en comparación con su pequeño cuerpo. Sonrió y sin decir una palabra empezó a hacerla sonar. Un ritmo suave y a la vez creciente recorrió la sala. Empezó como un blues con toques de rock que más tarde mutó al punk más agresivo, para transformarse repentinamente en una mezcla de reagge y country de lo más curiosa. Terminó la primera canción improvisando una mezcla de los más variados estilos que dejó a todo el pub sin palabras. Tocaba como una auténtica estrella.
Pero lo realmente sorprendente vino a partir de la siguiente canción. Empezó cantando a capella y cautivó al instante a todos con una voz suave pero intensa, que parecía transmitir un hondo sentimiento de pesar. Me fijé que todos a mi alrededor se habían quedado absortos escuchándola. Inmóviles como estatuas. Parecían hipnotizados.
Aquello se extendió al resto de la actuación, y me pareció que la gente solo reaccionaba entre canción y canción. Pero no le dí demasiada importancia y me centré también en disfrutar del espectáculo.
Cuando terminó su actuación la cantante se presentó finalmente, entre silbidos y aplausos. Alba era su nombre.

De camino a su piso, Sara me dijo que se sentía un poco mareada y que tenía una sensación extraña. Le contesté que me encargaría de que se le pasara en cuanto nos metiéramos en la cama. Su sonrisa le iluminó la cara y no pude evitar darle un beso largo y apasionado. Sus ojos brillaron frente a los míos, y cogiéndome por sorpresa me arrastró hasta la oscuridad de un portal cercano, dónde se arrancó la ropa y me folló poseída por un frenesí animal hasta entonces desconocido para mí.

Ésta mañana al despertarnos le he sacado el tema, y me ha asegurado que no recordaba absolutamente nada de la noche de ayer desde el momento en que vió subir al escenario a la chica de la guitarra.

29 de mayo de 2007

La nota

Joder. Acabo de llegar a casa y me he encontrado una nota en el suelo. Lo que faltaba. Dice así:

SABEMOS QUIEN ERES

Sin firma ni nada que indique su procedencia.

Esto no me gusta. Nada de nada. ¿Quién ha podido ser? ¿Un vecino? ¿Qué coño hago ahora?

Me voy a ver a Magda, a ver si ha visto u oído algo.

Nada basta

Desde que "volvió" Carmen a principios de la semana pasada no hemos parado apenas. Hay demasiado por hacer.

Empiezo a plantearme la imposibilidad de las ideas que me guían. Utopías inalcanzables incluso en el más delirante de los sueños. Estoy agotado y no veo el momento de descansar. Y es en estos momentos cuando me viene a la cabeza una frase que leí en algún cómic hace años y que ha permanecido en mi memoria hasta hoy: "El mal nunca descansa". Que cachondo soy cuando me pongo...
¿El mal? ¿Realmente es el mal lo que impulsa a la gente a robar, por ejemplo? No es lo mismo robar una barra de pan para comer que violar a alguien por placer. ¿Son distintos niveles de mal? ¿O no existen diferencias? Durante éstos días he tenido que elegir más de una vez entre ayudar en un lugar u otro, a unas personas o a otras. Y por culpa de una mala elección ahora hay dos ancianos en la UCI, gravemente heridos. Aunque claro, ¿quién dice que fué una mala elección? Si hubiera elegido de forma distinta quizás serían otros los que estarían hoy en esa sala, o peor, bajo tierra.

Me está costando encajar todo esto. Verlo desde una perspectiva que me afecte menos. Juan Blanco me advirtió de que esto pasaría, y gracias a sus enseñanzas he sabido sobreponerme, pero no es suficiente.
Leo en los periódicos sobre mi, sobre "El justiciero del Post-it", o simplemente "Post-it", como empiezan a llamarme para abreviar, y me ayuda, me hace sentir mejor, pero tampoco basta. Carmen me anima y me presiona a su manera. Me transmite pensamientos positivos y me asegura una y otra vez que sin lo que estoy haciendo el mundo sería un lugar peor. Que hay que aprender a andar antes de querer correr. Que me dé tiempo. Que poco a poco, si no me rindo, lo que me ronda por la cabeza puede que se convierta en realidad, y que ella estará ahí para ayudarme.
Sara también me apoya a su manera. Hay alguna cosa que se le escapa, que no logra comprender del todo, pero es normal. Me obliga a tomarme algun respiro cuando me ve muy apurado, y aunque de entrada me niego siempre, reconozco que necesito tantos respiros como pueda tomarme. Incluso Carmen me alienta a ello. Quizás porque también necesita descansar.

Desde que me creo un superhéroe no tengo en consideración las necesidades de los demás. Soy un puto egoista, ahora me doy cuenta. Pero es que no puedo detenerme, joder. Siento que se me necesita y cada vez que leo alguna mala noticia que podría haber evitado me cabreo conmigo mismo. Incluso si ha sucedido fuera de mi alcance. ¿Cómo puedo evitar algo que sucede a cientos de kilómetros de aquí?

Por todo esto es por lo que no quiero ni puedo detenerme. Mientras actúo no pienso en otra cosa, me concentro en lo que estoy haciendo y ya está.

Esto de jugar a los superhéroes va a matarme o a volverme loco. Veremos qué sucede antes.

18 de mayo de 2007

Promesas

Ayer conocí a Carmen, pero la cita no resultó como esperaba. En absoluto.

Juan Blanco había contactado conmigo el miércoles, y me citó para ayer. Me dijo que no me preocupara por Carmen, que seguía débil pero que pronto estaría recuperada. El esfuerzo del viernes pasado había sido demasiado para ella, había llevado sus poderes más allá de lo que lo había hecho nunca. Luego dijo que me llevaría donde estaba, que ella se lo había pedido. "Al fín alguna novedad", me dije, aliviado. Ya había empezado a creer que Carmen había desaparecido para siempre, y que Juan Blanco me había abandonado a mi suerte. "Vete acostumbrando a éstas cosas ", fué todo lo que dijo mi mentor en el arte del superhéroe como respuesta a mis dudas no formuladas.

La noche del miércoles la pasé patrullando las calles de Barcelona, como las anteriores. Los nervios me mantenían despierto y alerta. En cinco días habría dormido como mucho seis horas, pero no me sentía cansado. Detuve a un par de ladrones de bolsos -uno de ellos hizo caer al suelo a una anciana del tirón- y a un ladrón de coches al que pillé en plena faena por casualidad, y los dejé atados y amordazados con cinta aislante a la farola más próxima. Un post-it pegado a sus frentes aclarararía la situación a la policía. No sabía qué más podía hacer, pero lo que sí tenía claro era que no los podía llevar yo mismo a comisaría. No era ese mi trabajo. Además, Juan Blanco me había advertido de que me mantuviera alejado, tanto de la policía como de la Estación de Sants, aunque ya casi se hubiera descartado mi participación en el atentado. Las cámaras me habían grabado corriendo por ella con dos mochilas a la espalda, y algunos testigos declararon también haberme visto correr hacia el aparcamiento. Por fortuna las investigaciones han llevado a las autoridades en otra dirección, supongo que ésa es la razón de que no hayan venido a por mí todavía -y supongo que también el hecho de que no me tengan fichado-. Según fuentes policiales ha quedado demostrado que es materialmente imposible que alguien que se encontrara tres minutos antes de las explosiones en el interior de la estación hubiera subido hasta el techo y hubiera colocado las cargas para después salir huyendo, y que además ninguno de los obreros lo hubiera visto. La colocación de los explosivos tenía que haberse efectuado horas antes.
Por fortuna la policía no cree en superhéroes...

Mi vecina Magda -a la que tengo bastante abandonada últimamente, por cierto- vino a verme el Lunes por la tarde. Me había reconocido en la tele, en las noticias del mediodía, cuando pasaron el vídeo grabado en la Estación de Sants. En aquellos momentos aún se barajaba mi participación en el atentado. La invité a tomar una copa y la tranquilicé. No había creído por un momento que yo pudiera ser el responsable, pero estaba preocupada por mí, por lo que estaba pasando. Le dije que estaba bien, tranquilo, y que no había tenido noticias de la policía. Que no se preocupara por mí. Que mi presencia allí solo era una casualidad, y que las mochilas que llevaba estaban llenas de cosas del traslado. Se fué mucho más tranquila y me obligó a prometerle que la semana próxima cenaría con ella una noche. Antes de salir hacia Barcelona pegué un post-it en el espejo del baño para acordarme. Fué el que me dió la idea de pegar uno para la poli en cada delincuente que detuviera. Ahora el cuadernillo de post-it y un rotulador negro forman parte de mi arsenal de superhéroe. Tiene gracia.
Por cierto, ya he usado seis en lo que va de semana, y hoy han hablado por primera vez en Antena3 del "Justiciero del Post-it". Menuda mierda de nombre me han puesto. De Antena3 tenían que ser. Ahora solo falta que digan que es un desequilibrado jugador de rol... Rafa se descojonaba de risa cuando me lo ha dicho.

Bien, ahora que he resumido más o menos los sucesos de éstos últimos días, volvamos al punto de inicio: mi cita con Carmen.
Juan Blanco me recogió en Plaza Lesseps a las cinco de la tarde de ayer -haciendo una de sus apariciones de ilusionista barato- y cruzamos la Ronda General Mitre, internándonos en una de las zonas "pijas" de la ciudad. Mientras subíamos por una calle flanqueada por torres ajardinadas me empecé a imaginar a Carmen como una mujer mayor, una viuda acaudalada y excéntrica. Una típica médium de las que aparecen en las películas. De ojos enloquecidos y pelo blanquecino y desgreñado. Que organizaba las tardes de los domingos sesiones de espiritismo con las amigas para "hablar" con sus difuntos maridos a los que echaban tanto de menos. La verdad es que hasta ése momento no me había hecho ninguna imagen mental de ella. Ni siquiera me había parado a pensar sobre ello. Curioso.
Mientras caminábamos Juan Blanco me preguntó sobre aquellos primeros días tras el entrenamiento. Le contesté que habían ido bien, pero que aún no había podido poner lo aprendido en práctica. "Mejor que nunca tengas que hacerlo, eso querrá decir que las cosas no van a peor", fué su críptica respuesta. No añadió nada más y yo tampoco quise insistir con el tema. Había aprendido a no hacerle preguntas. Todo acababa por mostrarse tarde o temprano. No valía la pena comerse el coco, aunque a veces me daba rabia que dijera las cosas a medias.
-Aquí es -dijo al rato. Se había detenido frente a un terreno ajardinado, donde se distinguía al fondo un gran edificio de piedra gris, demasiado grande y funcional para tratarse de la torre de una viuda acaudalada. En el muro había un letrero de metal pulido con dos líneas grabadas que decían:

Institución Villar e Hijos.
Para el cuidado de enfermos terminales e incurables.

Miré a mi maestro. Se dió cuenta del terror que recorrió cada una de las terminaciones nerviosas de mi cerebro para terminar asomando a mi rostro, pero no dijo nada. Se limitó a abrir la verja y enfilar el sendero que cruzaba los jardines hacia la puerta principal. Avancé torpemente tras él, respirando profundamente. Los nervios por conocer a Carmen se habían multiplicado por mil. "Quizás sería mejor no conocerla" recuerdo que pensé, cobardemente.
Las puertas automáticas se hicieron a un lado y pasamos dentro. El aire acondicionado o el olor a hospital -o quizás las dos cosas a la vez- hicieron que se me pusiera la piel de gallina. Juan Blanco se plantó delante de la chica que estaba en información y le dijo que veníamos a ver a Carmen Freyle. Al parecer ya se conocían. La chica asintió con una sonrisa radiante en el rostro, como si estuviera deslumbrada por la presencia de mi mentor, y le dijo que estaba en su habitación.
Caminamos hacia el ascensor que había al fondo de la sala y noté como mi corazón se aceleraba. Pensé que los nervios acabarían conmigo. Que me impedirían seguir adelante. La mirada que Juan Blanco me lanzó cuando se abrieron las puertas del ascensor me serenaron. No me gusta que juegue con mi mente, pero en ese momento me sentí agradecido.

Y allí estaba Carmen. Tumbada en la cama con los ojos cerrados, respirando a través de una máquina. Al acercarme noté su mente en la mía. Me dió la bienvenida y por primera vez sentí algo en su tono de voz. Me acerqué. Era preciosa. Una de las mujeres más hermosas que he visto jamás.
"Gracias por el piropo" dijo mentalmente, y noté como se sonrojaba interiormente. Yo me sonrojé también, y los dos nos reímos sin mover los labios. Luego me pidió que le hablara, que riera de verdad. Que le gustaba oir voces y que las risas la hacían sentir bien.
La complací lo mejor que pude y estuvimos un buen rato hablando, cada uno a su manera. Durante nuestra conversación la noté débil aún, pero me dijo que en unos días estaría recuperada.
Finalmente, cuando Juan Blanco -que se había quedado esperando en la sala de espera- entró a decirme que la visita tenía que terminar, Carmen me prometió que el próximo día que fuera a visitarla respondería a la pregunta que me rondaba la cabeza y que no me había atrevido a formular.
Yo le prometí que no tendría que esperar muchos días.

14 de mayo de 2007

¿Dónde estás, Carmen?

Esta inactividad me está matando.
Carmen no aparece y tampoco sé nada de Juan Blanco. He pasado diez días con él y no sé como contactarlo. Es de locos.
Solo espero que Carmen esté bien...

Me he pasado este fin de semana yendo y viniendo a Barcelona por si reaparecía, y aprovechando para terminar el traslado. Esta tarde haré el último viaje al despacho y recogeré la impresora y el fax, lo último que queda. Al menos estos días me han servido para pasar más tiempo con Sara, que ya tocaba. Entiende por lo que estoy pasando, pero eso no hace que le duela menos el no verme durante días -y más sin saber cuando vuelvo o donde estoy-, es comprensible que se preocupe. Además hace nada que nos conocemos. Aún alucino con lo bien que se lo está tomando todo.

Rafa vino ayer a cenar y nos contó que el sábado conoció a una chica. Parece que lo de Marta realmente lo tiene superado. Me alegro por él.

Volviendo al tema que me preocupa, me jodería que Carmen no reapareciera. Primero porque me sabría muy mal que le hubiera ocurrido algo malo, y segundo porque la idea que se había ido perfilando en mi mente éstos días atrás se iría por el retrete. Creo que podríamos formar un buen equipo. Nuestros poderes combinados podrían conseguir muchísimo. De hecho, creo que sin ella poco voy a poder hacer. Sigue existiendo el problema del dónde y cuando.
Lo del otro día, aquella sensación en el tren, fue algo raro. Quizás solo pueda sentir el mal cuando está muy próximo o cuando va a ser a gran escala. Tendría que preguntarle a Juan Blanco, cuando se digne a llamarme a su lado... Tócate los cojones. A ver si al final Perro Negro va a tener razón...

En fín, espero que ésta tarde Carmen aparezca. Cada hora que pasa estoy más rallado.

12 de mayo de 2007

Stand by

Aún no sé nada de Carmen. Creo que el esfuerzo que realizó ayer fue demasiado para ella. Espero que se recupere pronto, porque sin sus poderes voy perdido.
A éstas alturas los terroristas igual han abandonado ya el país, joder.

Ayer me quedé en Barcelona todo el día y por la noche estuve con Sara, esperando a que Carmen "dijera" algo. Antes de que le dijera nada ya sabía que había sido yo el que había salvado la situación en Sants.
En las notícias llevan hablando del atentado desde ayer, confirmando que no hubo heridos, aunque no se explican qué sucedió exactamente. Las autoridades no saben cómo llegaron los explosivos al tejado del edificio, y además está lo del extraño "aviso" segundos antes de que hicieran explosión. Algunos testigos hablan de una voz, muchos de una sensación que les obligó a tirarse al suelo. La mayoría creen que fue un aviso a través de los aparatos de megafonía de la estación, aunque la administración de Sants lo ha desmentido. Nadie sabía lo que iba a suceder hasta que sucedió.
Aún no se ha encontrado ninguna prueba que señale la autoría del atentado y ningún grupo terrorista lo ha reivindicado, pero el Ministro de Defensa ya se ha pronunciado, aunque con prudencia. Todo parece señalar hacia Al Qaeda, aunque no descartan otras posibilidades.

He bajado a casa a recoger unas cosas (entre ellas mi "uniforme"), pero después de comer volveré a la ciudad. Tengo que estar disponible cuando vuelva Carmen. Hay mucho por hacer.

11 de mayo de 2007

Movimiento

Muévete.
Me he despertado con ésa palabra en la cabeza y con un sentimiento de urgencia impresionante. Como si estuviera a punto de suceder algo.

Lo primero que he hecho ha sido bajar a Barcelona para contactar con Carmen. Al parecer el radio de acción de sus poderes no es muy amplio y no llega hasta donde vivo. No es algo que no hubiera supuesto ya, pero hoy se ha confirmado.
Al llegar a la ciudad, aún desde los túneles por los que avanza el tren, ya la he "sentido", y un segundo después se ha puesto en contacto conmigo para darme la bienvenida. Parece mentira que se pueda echar de menos a una voz que solo suena en el interior de nuestra cabeza, joder. Si me paro a pensar en éstos dos últimos meses no me lo creo. Parece todo tan surrealista, tan de ciencia ficción barata...
El caso es que la latente sensación de que algo malo iba a ocurrir no me ha abandonado en todo el trayecto, y Carmen lo ha notado rápidamente.
"¿Qué pasa, Daniel?" ha preguntado en mi cabeza.
"No lo sé, pero a medida que avanzamos hacia el centro de la ciudad noto con más fuerza que algo terrible está a punto de suceder. Mierda, nunca había sentido algo así. Es tan abrumador..."
Durante el entrenamiento, Juan Blanco me había hablado de la habilidad que algunos de nosotros podíamos desarrollar para presentir el peligro, una especie de sexto sentido, o de sentido arácnido como el de Spiderman, aunque me dijo que para ello se necesitaban años y haber vivido muchas situaciones de riesgo.

He notado como Carmen se alejaba de mí cuando el tren ha empezado a frenar al llegar a la estación del Clot, y he supuesto que estaría escaneando la ciudad en busca de algo que pudiera darnos alguna pista de qué era aquello que me intranquilizaba. Lo que sí tenía claro, cada vez más a medida que corrían los segundos, es que fuera lo que fuera lo que iba a suceder, no iba a demorarse mucho más.
Las puertas se han abierto. Unos han bajado y otros han subido. Yo he permanecido en mi asiento, cada vez más nervioso. Ha sonado el aviso y las puertas se han cerrado a cámara lenta. "Vuelve, Carmen. Vuelve, Carmen." Me he repetido varias veces. Estaba empezando a sudar a pesar del aire acondicionado.

Carmen ha vuelto de repente, cuando el tren ha empezado a internarse de nuevo en la oscuridad. Su grito mental casi me ha revienta el cerebro: "¡Una bomba! ¡Han puesto una bomba en la estación de Sants!¡Y va a estallar en 25 minutos!"
En milésimas de segundo todos los tacos conocidos han cruzado por mi cerebro, y aún me ha sobrado tiempo de inventar algunos nuevos. Luego he recordado el e-mail que recibí ayer y me tomé a cachondeo. Uno de ésos que se van reenviando a todo el mundo y que yo, para variar, mandé a la papelera automáticamente sin prestarle demasiada atención. Hablaba de un posible atentado de Al Qaeda en el metro de Barcelona hoy. Me cago en la puta, tras leer eso tendría que haber bajado a la ciudad y cerciorarme de que era una falsa alarma... ¿Cuando aprenderé?
"¿Sabes donde está?" he preguntado. De repente una idea ha empezado a tomar forma.
"Hay dos, pero sé donde están."
"¿Cuanto tardaremos en llegar a Sants?"
"Once minutos si no surge ningún imprevisto."
"De acuerdo. Creo que tenemos tiempo. Espero que ésta vez no te hayas equivocado con tus cálculos de tiempo, como la última vez. Si la cagamos, hoy no serán solo un par de agujeros en mi estómago lo que tendremos que lamentar."
Estática. Carmen no ha dicho nada, pero pude sentir cierto arrepentimiento.
"Perdona. No era mi intención culparte de nada" he pensado sinceramente. A veces soy un bocazas.

"Hemos" llegado a la estación de Sants a los once minutos exactos. He salido disparado del tren y he subido las escaleras mecánicas de tres en tres, sorteando a la gente. No había un segundo que perder.
Al llegar arriba he seguido las indicaciones de Carmen. Alguien había dejado dos minutos antes una mochila frente a un quiosco, detrás de un expositor de postales, y aún nadie se había dado cuenta de ello. Ha sido fácil cogerla y ponermela a la espalda. Pesaba bastante. Dicen que la muerte pesa, y con razón.

"¿Cuanto nos queda?" he preguntado mientras bajaba los escalones hacia el metro. Ahora no corría tanto por miedo a que la mochila estallara con el movimiento.
"Diez minutos justos. ¿Se puede saber qué harás con las mochilas?"
"Sigue guiándome. ¡No hay tiempo ahora para explicártelo!"

La segunda mochila estaba abandonada en el andén de la línea azul en dirección a Cornellá Centro. Un par de chavales estaban a su lado, supongo que decidiendo si la abrían o no. Me he adelantado a ellos y la he cogido sin detenerme. Se me han quedado mirando, sorprendidos, hasta que he desaparecido por el mismo pasillo por el que había llegado.
"Seis minutos, Daniel."
La voz de Carmen, aunque sin entonación, sonaba nerviosa.
"Confía en mí" he pensado, intentando tranquilizarnos a los dos. Creo que no ha sonado muy convincente. No sé nada de bombas, y tampoco sabía, mientras subía las escaleras de vuelta a la estación, si lo que se me había ocurrido sería factible. Aún no conozco los límites de mi poder, a pesar de mi adiestramiento. Podía ser que lo que tenía pensado no funcionara y acabara todo en una catástrofe como la del puto 11-M.

"Cuatro minutos"
He llegado arriba y tras dos segundos de duda he decidido correr hacia la parte de atrás, donde está el aparcamiento al aire libre. Si las cosas salían mal, era el lugar donde habría menos gente.
He cruzado las puertas automáticas como una exhalación y me he plantado en mitad del parking, donde me he dado la vuelta y alzando la vista he observado el edificio, ahora medio en obras. Cada mochila colgaba de uno de mis brazos.
"Dos minutos y cuarenta segundos. Se nos acaba el tiempo, Daniel."

En lo alto del edificio, en el extremo izquierdo he visto algunos obreros. Eso dificultaba mi plan de acción. La idea de sacrificar a unos pocos para salvar a muchos no entraba dentro de mis planes.
"Dos minutos veinticinco segundos..."

"Carmen, lee mi mente, rápido"
Ha captado mi idea al instante. Era más rápido que buscara y seleccionara ella misma de entre todo aquel remolino de miedos e inquietudes que esperar a que yo ordenara y transmitiera coherentemente lo que necesitaba de ella.
"Puedo intentarlo, aunque no estoy acostumbrada a hablarle a más de una persona a la vez."

Un minuto después, al mismo tiempo que yo lanzaba con todas mis fuerzas las mochilas al aire, hacia lo alto del edificio, he podido sentir el grito psíquico de Carmen, perforándome el cerebro.
He visto a los trabajadores de la obra tumbarse inmediatamente en el suelo, y también a la gente que había en el aparcamiento. Incluso he podido ver a través de los cristales del edificio como la gente en su interior se dejaba caer y se escondía detrás de lo que tuviera más cerca. Carmen ha cumplido con creces con su parte, solo faltaba ver si mi plan resultaba.

Desde detrás de un 4x4 he visto caer las mochilas sobre el tejado de la estación. Esperaba que el techo fuera lo suficientemente grueso y resistente, porque si no todo mi plan se iría a tomar por culo. Carmen, después del grito, se ha desconectado. Supongo que debido al sobreesfuerzo.
Los últimos segundos me han parecido una eternidad. La gente se arrastraba por el suelo buscando cobertura. Algunos gritaban, otros lloraban.
Y entonces las mochilas han explotado violentamente, lanzando trozos de metal por los aires. Por fortuna las bombas no parecían tener mucha potencia. Pocos han sido los trozos que han llegado al aparcamiento o al otro lado del edificio, provocando pocos destrozos y al parecer ningún herido.

Más tranquilo, me he alejado de la estación dando un rodeo, no fuera que alguien me recordara corriendo con las mochilas por los pasillos y me detuvieran o algo peor. El sonido de las sirenas no ha tardado en llegar a mis oídos, pero yo ya estaba lejos.

Cuando vuelva Carmen iremos tras los hijos de puta de Al Qaeda. Seguro que sabe decirme donde se esconden.

10 de mayo de 2007

Una nueva vida

La gente puede pensar que me he vuelto loco, pero no podría importarme menos. Me siento más lúcido que nunca.

Hoy he dejado caer la primera ficha del dominó gigante de la probabilidad que forma parte de mi futuro.
Para empezar he decidido reducir mi jornada laboral. Reducirla drásticamente. Si quiero cambiar las cosas necesito tiempo.
Ésta mañana he estado haciendo gestiones y atando cabos con los clientes. Dejo el despacho y trabajaré desde casa a partir de ahora. Trabajar menos implica reducir gastos. No me haré nunca rico, pero hay cosas más importantes en la vida. Si algo he aprendido éstos días atrás es lo superfluo de casi todo cuanto nos rodea y que se nos hace imprescindible. Nuestra sociedad nos ha convertido a todos en yonkis ciegos.

Aún no sé como iniciar los cambios, como hacer que la gente abra los ojos a lo que realmente importa y merece la pena. Quizás deba dar ejemplo durante un tiempo. Ayudarles. Que me vayan conociendo. Quizás deba convertirme en un icono, como el Capitán América pero sin bandera, alguien a quién respeten y en quién confíen. Y cuando llegue el momento hacerles ver que entre todos podemos convertir éste vertedero que llamamos Tierra en un jardín. Que podemos detener las guerras, el terrorismo, la violencia. Compartir la riqueza, la cultura, el conocimiento. Suena a utopía, y probablemente lo sea, pero hay que hacer algo o será demasiado tarde.

Dentro de una hora vendrá mi gente. Rafa y Xavier están excitadísimos y ansiosos por verme y saber qué he hecho éstos días. Qué he aprendido. Hemos quedado aquí en el despacho, así de paso me ayudarán a prepararlo todo para el traslado. Lo sé, tengo un morro que me lo piso pero, ¿para qué están los amigos?
Evidentemente también vendrá Sara. Está algo mosca por desaparecer de improviso, sin decirle nada, aunque no fué culpa mía. Juan Blanco no me avisó de que empezaríamos con la segunda fase tan pronto.
Luego iremos a cenar todos juntos, y ésta noche me quedaré en el piso de Sara si no me manda a paseo. Necesito recargar pilas.

Mañana será el primer día del resto de mi vida. Una nueva vida.

El regreso

El adiestramiento ha terminado. Las tres fases han sido completadas con éxito. Ha sido un largo viaje, pero al fín he vuelto.

En mi ausencia he visto a través de los muros de la realidad. He vivido cientos de pasados distintos y he vislumbrado miles de futuros posibles. He observado como se formaban y desvanecían mundos en el interior de un grano de arena. He buceado en una gota de lluvia mientras ésta resbalaba por un cristal irisado. He avistado las barreras que nos oprimen, que nos encierran y mantienen cautivos, y he descubierto que pueden ser cruzadas con la llave adecuada.
Ahora tengo esa llave. Ahora veo las posibilidades que aparecen ante mí. Al fín soy dueño de mi propio destino. Me siento distinto, más fuerte. Más seguro. Capaz de cambiar el mundo. Estoy henchido de poder.

Ha llegado el momento de dar un paso al frente y tomar las riendas. Éste mundo de mierda va a cambiar. Por mis cojones que va a cambiar.

6 de mayo de 2007

Off-Topic

Buenas,

ante todo pediros disculpas por ésta inesperada ausencia. Estoy hasta arriba de trabajo, entre otras historias, y he aprovechado para hacer un pequeño kit-kat antes de que me dé un infarto. Pronto continuarán las aventuras de nuestro héroe, así que tranquilos. Además éstos días me están sirviendo para enfocar mejor la historia.

Respecto al concurso de personajes, ya tengo a mi favorito, pero no se sabrá el resultado hasta que haga su aparición en la historia, así que una vez más os pido paciencia.


Muchas gracias por seguir ahí. Pronto continuamos ;)

Daniel End

1 de mayo de 2007

Primera fase

Aquellos hombres tenían cuernos y en lugar de hablar balaban. Corrían por calles estrechas, empinadas, flanqueadas por altos edificios grises, y cuando se encontraban cruzaban aquellos enormes cuernos de carnero en combate singular.

Así comencé el aprendizaje hace ya unos días, cuya primera fase ha terminado hoy. Estoy agotado, tanto que no puedo dormir, y eso que desde el pasado viernes no he dormido ni un minuto, así que escribiré hasta caer rendido.

Lo primero que he hecho hoy al llegar a casa ha sido llamar a Sara, y luego a Rafa. No han sabido nada de mí desde el viernes, cuando les advertí de que podía estar varios días sin dar señales de vida. Juan Blanco había sido muy vago en sus predicciones, por lo que cuando hablé con ellos no tenía ni idea del tiempo que me iba a llevar aprender todo lo que tenía que enseñarme. Me había dejado muy claro que dependía de mí.
Mañana cenaré con Sara, y el jueves he quedado con Rafa, que llamará a Xavier, y nos veremos en el Menta Negra, para variar. Es lo que tiene vivir en un pueblo de mierda con un solo bar decente.

Cuando salimos del cine caminamos hasta el metro sin decir una sola palabra. Yo intentaba asimilar lo que había visto. Entender aquella rareza y además captar la relación que podía tener conmigo, con Juan Blanco y con el adiestramiento que supuestamente había empezado ya. No me atreví a preguntar cuando nos despedimos, y él tampoco dijo nada, se limitó a sonreir. Cuando crucé la barrera de entrada al metro y me volví para verle él ya no estaba, como había esperado.
Aquella noche soñé con cabras con cabeza de hombre que hablaban en lugar de balar y trabajaban en una enorme oficina que no parecía tener fin. Fué un sueño bastante inquietante, que además no me ayudó a comprender una mierda.

El viernes al salir del trabajo Carmen contactó conmigo para indicarme el lugar de mi próximo encuentro con Juan Blanco. El viejo me esperaba frente al Museo de Ciencias Naturales, en el Parque de la Ciudadela, a las diez de la noche. Tuve el tiempo justo de ir a casa, darme una ducha rápida, cambiarme, llamar a Sara para decirle que tenía ganas de verla, y volver a Barcelona.
Me bajé en Arco de Triunfo y caminé por el paseo hasta la entrada del parque. Entonces, frente a las enormes puertas de hierro negro que me impedían el paso, recordé que lo cierran a las nueve, por lo que tuve que saltar la valla que lo rodea después de asegurarme de que no había ningún guardia de seguridad cerca. "Empieza bien la noche", pensé.
Llegué a la entrada del museo dos o tres minutos después, y allí estaba él, esperándome. Esa vez había prescindido de usar sus trucos de "magia", lo que contribuyó a enfatizar aquella sensación que había crecido en mi interior a lo largo del día de que aquella noche empezábamos de una vez por todas con mi entrenamiento. Sin mediar palabra hizo un gesto para que le siguiera y acercándose a las puertas del museo sacó de su nívea chaqueta un manojo de llaves, y utilizando una de ellas escogida al azar -al menos esa fué la sensación que tuve- nos abrió paso a su interior.
-Hace unos años trabajé aquí -fué la respuesta a mi pregunta no formulada -. Y tranquilo, no te he leído la mente, simplemente he observado la duda en tu rostro -añadió. Su sonrisa paternalista y a la vez misteriosa, y sus deducciones siempre acertadas, empezaban a molestarme.
Nos adentramos escaleras abajo en el edificio, con la sensación de que desde la oscuridad nos observaban enormes esqueletos de dinosaurios, rarezas genéticas conservadas en sus botes de formol y animales disecados agazapados en las sombras, que parecían esperar eternamente a volver a la vida. Cuando llegamos al nivel más bajo, Juan Blanco volvió a sacar el manojo de llaves y abrió otra puerta.
-Aquí es dónde empezará tu adiestramiento -dijo, señalando la completa oscuridad que había al otro lado -. Debes entrar ahora. Yo entraré detrás de tí en un momento.

Desde que entré en aquel lugar hasta que he salido han pasado tres días y cuatro noches, aunque a mí me han parecido tres meses por lo menos. No he comido, ni bebido, ni dormido, y apenas he podido pensar en nada que no fuera lo que allí sucedía. Ésta mañana, cuando al fín hemos salido, Juan Blanco me ha dicho que ya estoy listo para la siguiente fase, pero me ha dado unos días de descanso.
Ahora mismo no me siento preparado para describir todo lo que he experimentado. Aún estoy procesándolo. Ni siquiera tengo claro dónde he estado metido. Eso sí, a pesar del cansancio, me siento más fuerte y capaz que nunca.

Creo que es el momento de irme a la cama. A ver si consigo dormirme de una jodida vez.

27 de abril de 2007

Una noche de cine

Nos encontramos a las 21.30h frente a la estación de metro de Fontana, en el barrio de Gracia, cómo me había indicado Carmen.
Juan Blanco hizo una aparición similar a la de la primera vez, cómo salido de la chistera de un mago. En ése momento me imaginé a toda la gente cercana dejándolo todo de lado para aplaudirnos frenéticamente, y a nosotros dos bajo la deslumbrante luz de los focos.
-Hola, Daniel -saludó Juan Blanco, sonriendo. Me había leído la mente, lo que me hizo enrojecer un poco y sentirme bastante idiota -. Sígueme, va a empezar la película.

Creí haberle entendido mal, pero no dije nada y le seguí en silencio. Unos minutos después, mientras andábamos por una de las estrechas callejuelas que cruzan el barrio de lado a lado, volvió a hablar:
-Es una de las primeras cosas que te enseñaré -no entendí a qué se refería y se dió cuenta, por lo que siguió hablando -. Me refiero a detectar a uno de nosotros antes de que llegue junto a tí. Puede serte muy útil, y salvarte la vida en más de una ocasión.
Asentí en silencio, no me sentía cómodo. Intentaba no pensar, concentrarme sólo en lo que él decía y a la vez dejar a un lado las dudas. El plan de Rafa parecía muy sencillo rodeado de amigos y con dos cervezas de más, pero allí, junto a aquel hombre extraño, no lo fué en absoluto.
-¿Qué te preocupa? -preguntó. "Putos telépatas" pensé antes de poder pararlo. "Mierda. Mierda, mierda".
Juan Blanco me miró divertido. Luego dijo, sin dejar de sonreir:
-Si quieres, puedo dejar de leerte. Lo hago para conocerte más rápido y poder sacar lo mejor de tí, pero si lo prefieres podemos volver al método tradicional. Yo aprendí con él.
No me esperaba aquella reacción. Dudé unos segundos antes de asentir.
-Te lo agradecería de veras -dije, a la vez que un sentimiento de culpabilidad me invadía -. No estoy acostumbrado a todo ésto, y me resulta bastante... perturbador. Creo que puedo aprender mejor, al menos al principio, si me siento más relajado.
-Qué razón tienes, Daniel. A veces olvido mis primeros días, mi propio aprendizaje. Todo dudas y desconfianza. Y miedo, mucho miedo. Tú al menos no tienes miedo, tienes mucho ganado.

Seguimos andando en silencio, los dos inmersos cada uno en sus pensamientos, ésta vez en privado. Cruzamos un par de travesías y finalmente torcimos por una calle peatonal a la izquierda.
-Hemos llegado -dijo, deteniéndose frente a los cines Verdi.
Así que no le había entendido mal. Íbamos a ver una película. Aquello me sobrepasaba, no era lo que esperaba en mi primer día. Ir al cine a ver una película soporífera de un director de nombre impronunciable no era la idea que tenía del entrenamiento para superhéroe. Quizás era una prueba. Quizás Juan Blanco, mi maestro, quería medir mi fuerza de voluntad, pensé irónicamente.
Se adelantó hasta la taquilla, sacó dos entradas y nos metimos en el cine. En ningún momento me dijo qué íbamos a ver ni yo pregunté.

26 de abril de 2007

Ordenando las ideas (I)

Hoy veré a Juan Blanco. Carmen me dijo ayer que ya se encargaba de arreglar el encuentro.

No sé dónde me estoy metiendo. Hasta hace escasamente un mes yo era un tío cómo cualquier otro, un currante más atrapado en los engranajes de una rutina autoimpuesta. Y ahora voy camino de convertirme en una especie de superhéroe. Joder, suena a chiste.

Cuando todo empezó creí erróneamente que era el primer humano con poderes, pero he podido comprobar éstas últimas semanas que no soy tan especial. Hay cómo mínimo tres personas más, que yo conozca: Juan Blanco, Carmen y Perro Negro. Y por lo que me han dicho unos y otros, puedo deducir que hay muchos más.
Lo que me lleva a plantearme qué hacen éstas personas, a qué se dedican, porqué no se sabe nada de ellas. Unos cuantos cómo nosotros podrían marcar la diferencia con facilidad, e incluso hacerla evidente para el resto de la humanidad. ¿Porqué permanecer en las sombras? ¿Porqué no unirse y arreglar todo aquello que no funciona?
Espero que el encuentro de hoy dé respuesta a alguna de mis dudas.

Por cierto, Carmen dejó entrever, antes de cortar la conexión, que si me porto bien me dirá dónde puedo ir a conocerla.

25 de abril de 2007

Su nombre

Ésta tarde, serían las cinco y poco, he notado de nuevo el zumbido delator de un escaneo mental, pero ésta vez no me ha molestado. Ha llegado más débil que nunca, posiblemente habría pasado desapercibido si no conociera la sensación, y sinceramente me ha alegrado sentir de nuevo la presencia en mi mente de "La Voz", al menos era una señal de que seguía ahí, fuera dónde fuera "ahí". Desde el lunes, cuando apareció Perro Negro, no había sabido nada de ella, y me preocupaba que la intervención del gigante la hubiera dañado o le hubiera afectado de alguna forma.
-Gracias por preocuparte, Daniel -ha dicho la voz sin rastro alguno de emoción en el tono, cómo de costumbre -. Eres un buen chico.
"Hola..." he empezado a formular un saludo, y entonces ha sido cuando me he dado cuenta de que no sabía su nombre -si es que lo tenía- y que llamarla directamente "La Voz" no quedaba demasiado bien.
-¿De verdad quieres saber cómo me llamo? -ha preguntado ella. Parecía que le extrañara mi interés.
"Ya que hablamos a menudo, creo que sería lo suyo, ¿no?"
Entonces ha guardado "silencio" durante un par de minutos. Casi he podido sentir sus dudas cómo si fueran las mías. Quizás no quería decirme su nombre. Quizás era la forma de mantenerse a salvo. Si ella lo consideraba necesario, podía pasar sin saber su nombre verdadero, con que me dijera cómo llamarla en lugar de el mote que le había puesto...
-Vale, te diré mi nombre..., sólo es que hace mucho que no se lo digo a nadie. No llego a conocer a demasiadas personas aquí, ¿sabes? Sí, puedo leer por encima lo que piensan, muy vagamente la mayoría de las veces, ver a través de sus ojos en ínfimas ocasiones, e incluso comunicarme con algunos, como contigo, pero son muy pocos los que están predispuestos a ello.

Es extraño, ahora, después de leer lo que acabo de escribir, me doy cuenta de que hasta hoy pensaba en ella cómo en algo parecido a una máquina, supongo que por ésa falta de expresión y emoción que se percibe en su tono cuando "habla". Hasta hoy había sido sólo una voz que contactaba conmigo para darme instrucciones, cómo un ordenador, más o menos.

Finalmente, después de otra pausa, me ha dicho cómo se llamaba. Tengo que confesar que no me esperaba un nombre cómo ése.

-Me llamo... Carmen.

Reunión

Ayer quedé con Sara, Rafa y Xavier, para hablar de mis encuentros con Juan Blanco y Perro Negro. Sara me pasó a buscar por el trabajo y nos volvimos juntos desde Barcelona. Habíamos quedado con mis amigos en el Menta Negra.

Lo de quedar con ellos e involucrarlos aún más no sé hasta que punto será una buena idea. La pesadilla de la noche anterior aún sigue fresca en mi memoria, y tiene toda la pinta de ser una especie de sueño premonitorio o una advertencia, aunque también pudo ser algo más sencillo: la manisfestación subconsciente de mis miedos más profundos. El Dr. Freud tendría algo que añadir a éso, y casi con seguridad sería algo relacionado con algún tipo de abuso que debí padecer en mi infancia.
El caso es que la teoría de la premonición no se sostiene. Mis poderes son de otro tipo, así que he decidí aparcarla.
No podía guardarme todo aquello para mí, era demasiado grande. Además, ahora más que nunca necesito segundas, terceras, e incluso cuartas opiniones. Necesito ver la escena desde todos los ángulos posibles.

-Pues vaya lío -dijo Xavier cuando terminé de relatarles lo sucedido éstos últimos días. Sólo había dado dos sorbos a su zumo desde que había empezado la reunión, una hora antes.
-Es una decisión importante la que tienes entre manos -añadió Rafa, luchando por arrancar la etiqueta de su botella.
-Por éso os he reunido a todos hoy. No tengo ni puta idea de qué hacer. Cualquiera de los dos podría estar mintiendo.
-O los dos a la vez -murmuró Sara. Levanté la vista hacia ella frunciendo el ceño. No había contemplado aquella posibilidad.
-¿Y si te lo montas por tu cuenta? Yo creo que pasaría de los dos... Puede que tardes más en dominar tus poderes, pero eres un tío inteligente. No necesitas a un Morfeo.

Las palabras de Xavier habían dado en el clavo. Juan Blanco se me había aparecido en el momento adecuado, representando fielmente el papel de tutor. ¿Pero aquello dónde deja a Perro Negro? ¿Cuál es su papel? Lo único que tengo claro es que se conocen entre ellos, y que no son amigos precisamente.

Rafa habló de nuevo:
-Suponiendo que Perro Negro diga la verdad y que el viejo sólo quiera utilizarte cómo a un simple peón, ¿porqué no sacar provecho de ello?
Los tres le miramos en silencio, esperando a que continuara de exponer su idea. Él, sabiendo que había captado nuestra total atención, se lo tomó con calma. Dió un par de tragos a su Voll, se aclaró la garganta, y continuó allí dónde lo había dejado:
-És bien sencillo. Reúnete con él y aprende todo lo que puedas, a la vez que nos mantienes informados de todo. Alguno de nosotros se dará cuenta si algo cambia, si las cosas empiezan a torcerse o a oler mal. Cuando llegue ése momento te diremos: "hasta aquí, Daniel", y tú deberás hacernos caso -mi mejor amigo miró a Sara y a Xavier, y ellos asintieron. Luego los tres pares de ojos me miraron a mí con convencimiento -. Te pararemos a botellazos si hace falta -bromeó Rafa, suavizando algo la situación -, pero no cruzarás ésa línea invisible que puede llegar a convertirte en el Darth Vader del siglo XXI, éso tenlo por seguro.
Nos relajamos totalmente tras ésa última frase, riéndonos con ganas, y Xavier pudo al fín darle un tercer trago a su zumo.

-Una última cosa -dijo Rafa a los pocos minutos -, no le hables al viejo de Perro Negro. No la cagues en éso. Pase lo que pase, no le hables de él.
-Creo que puede leerme la mente, tío.
-Entonces no pienses en él cuando estés en su presencia.
-Piensa en mí, bobo, y en aquello que tanto te gusta que te haga... -añadió Sara, sonriendo picaronamente. Rafa y yo nos miramos, rojos los dos cómo tomates. Nos habíamos quedado sin palabras.
-¡Hablaba de los pastelitos de chocolate Cheddar, guarros!
Nos dió un ataque de risa que duró hasta que Xavier volvió del baño, que se quedó mirándonos sin entender nada. Luego añadió:
-¿Sabeis que eso de que Jesucristo fué el primer superhéroe de la historia ya lo había pensado yo hace años?
Las risas se convirtieron en carcajadas estentóreas, los estómagos empezaron a dolernos y las lágrimas caían imparables por nuestras mejillas. Xavier empezó a reirse también, supongo que por pura inercia.

24 de abril de 2007

Puto Chaikovski

Ésta noche he tenido un sueño de ésos que te dejan hecho mierda.

Avanzaba junto a alguien por unas catacumbas lóbregas, húmedas, iluminando nuestros pasos con una antorcha. Las sombras temblaban, y avanzaban y retrocedían a nuestro alrededor, cómo animales que no parecían decidirse entre el miedo y la curiosidad.
Ecos de una radio mal sintonizada llegaron de repente a nuestros oídos desde distintas galerías, arrastrando hasta nosotros los compases de El Cascanueces, apagando nuestros gritos y los de la persona que esperaba ser rescatada. Sabíamos que gritaba desde un lugar cercano, pero el estruendo provocado por la suite de Chaikovski nos impedía localizarla.
Una sensación de pérdida siguió a la de impoténcia, y entonces el que me acompañaba se volvió hacia mí con lágrimas en los ojos. Reconocí a Juan Blanco cuándo dijo en un murmullo:
-La hemos perdido, Daniel. Hemos llegado tarde.
Repentinamente los túneles se hallaron totalmente inundados y me encontré flotando en medio de la gran masa de agua helada, aguantando la respiración. Intenté moverme, buscar una salida a ciegas, impulsándome en el agua con torpeza al ritmo de la música. Ví luz a lo lejos y buceé hacia ella, y al acercarme los ví.
Primero ví a Sara, luego a Rafa y a Xavier, y después a mis padres. Finalmente flotó junto a mí un hombre de uniforme. Todos flotaban en el fondo, rígidos, muertos, y se mecían suavemente mientras me miraban con aquellos ojos sin vida, acusándome.
Abrí la boca para gritarles que yo no tenía la culpa, pero una tromba de agua bajando por mi garganta me lo impidió, ahogándome.

Súbitamente he despertado, cubierto de sudor y respirando con dificultad. Algo líquido, pegajoso y oscuro manchaba mis manos, mi rostro y las sábanas. Otra maldita hemorragia, he deducido segundos después, al recuperar la consciencia de dónde estaba. He vuelto a dormirme sin hacer ni el intento de ir a lavarme.

Cuándo me he despertado ésta mañana casi me muero del asco.

23 de abril de 2007

Cuestión de confianza

Después de un duro día de trabajo, justo al salir del edificio dónde tengo la oficina, el conocido zumbido ha vuelto a mí, aunque ésta vez más suave, cómo me había asegurado "La voz" la última vez que hablamos. "Ya lo echaba de menos", he pensado irónicamente.
Me he despedido de la portera, que entraba en ése momento, y he salido a la calle. Qué calor, joder. Cuando me disponía a quitarme la americana, "La voz" ha penetrado en mi cerebro con una advertencia:
- Siento una presencia anómala cerca. Viene hacia tí. Deberías...
La conexión se ha cortado de repente, dejando tras de sí el eco agónico de "La voz" y un dolor de cabeza tan intenso que casi me tumba en el suelo. Cuando el mal ha remitido he abierto los ojos lentamente, y no he necesitado más de dos segundos para saber quién era la "presencia anómala".

Todo a mi alrededor estaba en blanco y negro, la gente de la calle se habían convertido en maniquíes o estátuas, y el Sol había perdido su fuerza. Ya no necesitaba quitarme la americana.
-Ya puedes salir, Perro Negro -he dicho, buscándole con la vista entre la gente inmóvil. El sonido de una puerta de coche abriéndose ha precedido a su aparición. Ha descendido del taxi con la parsimonia que le caracteriza, y con su sonrisa profident. Ésta vez Perro Negro vestía como un alto ejecutivo, con maletín incluido.
-¿Ya nos conocemos, eh? -ha bromeado subiéndose a la acera sin mover ni un músculo de la boca, manteniendo su eterna sonrisa de joker negro. En ése instante me he dado cuenta de que empezaba a perderle el miedo. No he contestado y he esperado a que se situara frente a mí. Ésta vez le he mirado fijamente a los ojos levantando la cabeza, desafiante.
-Te propongo un trato -ha dicho de repente, desviando la mirada hacia el maletín. Cuando he bajado la mía lo ha levantado un poco, mostrándomelo y acariciándolo con la mano libre cómo quién muestra un valioso tesoro -. Si me prestas a tu novia durante tres días te daré el contenido de éste maletín.
Nuestros ojos se han vuelto a cruzar y recuerdo haber pensado en ése momento que algún día le destrozaría ésa sonrisa suya tan odiosa. Algún día no muy lejano, espero.
-Es broma, amigo Daniel -ha susurrado acercándose a mi cara. No me ha gustado nada ése "amigo" salido de su sonrisa de sal -intentaba suavizar un poco las cosas entre nosotros. Jamás compraría el amor de una mujer.
-¿Qué coño quieres? -he preguntado, hasta los cojones de aguantar sus juegos.
-Venga, venga... Tranquilízate. Las cosas no son cómo crees. No soy tu enemigo. Ni yo ni ninguno de mis hermanos. A pesar de que te metiste dónde no debías, al final recapacitamos y decidimos olvidar el agravio. No tuviste la culpa y lo sabemos. Sólo actuaste cómo consideraste correcto en ése momento. Cualquiera puede equivocarse... ¿somos humanos, no, Daniel? -aquella pregunta olía a juego sucio, a las trampas de un fullero, a secretos sin pronunciar. Y a la vez olía a esperanza, a un nuevo día, a una vida mejor.
-Qué es lo que quieres de mí? -he insistido. La presencia de Perro Negro, sumada al intenso frío que azotaba todo a su alrededor, me hacía perder la paciencia a la vez que me destrozaba los nervios. No es nada agradable hablar de gilipolleces a varios grados bajo cero con un negro de más de dos metros que además no mueve los labios al hablar. No es una experiencia que le desee a nadie.
-Bien, vayamos al grano pues, si es lo que quieres -diciendo ésto se ha agachado de nuevo hacia mí y ha empezado a hablar en susurros junto a mi cara -. Sé que has estado con el viejo. Seguramente te habrá hablado de Jesucristo, de Pedro, y de sandeces sobre los desheredados de la Tierra. Me apuesto lo que hay en el maletín a que ya te ha mostrado su biblioteca, ¿me equivoco?
Nuestras miradas se han cruzado en silencio, y luego ha continuado, bajando aún más el tono de voz:
-He venido a darte un consejo, Daniel, y espero que luego no me vengas llorando, pidiéndome ayuda o perdón por no haberme creído.
"Ése viejo te instruirá y te ayudará a comprender aquello en que te estás convirtiendo, te mostrará maravillas que nunca has creído posibles. Te aconsejará en los momentos malos y te prestará su fuerza cuando desfallezcas. Con el tiempo se convertirá en un segundo padre para tí. Y cuando no exista ni una grieta, ni una sombra que amenace tu confianza en él, te clavará una daga oscura y ponzoñosa en el corazón y te abandonará en el rincón más sucio de la ciudad."

Me he quedado ahí quieto, soltando volutas blancas de aire condensado cada vez que espiraba. Escasos centímetros separaban nuestros rostros. Sus ojos, de un tono verde amarillento muy claro me observaban con curiosidad, cómo si se preguntaran qué haría yo a continuación.
Y de repente ha desaparecido.

Dos minutos más tarde, en los que no me he movido del lugar tratando de analizar aquél encuentro, me he quitado la americana y me he dirigido a la estación. Volvía a hacer calor.

La Biblioteca Invisible

-Aquí se reúne todo el conocimiento que existe sobre nuestra civilización -dijo Juan Blanco caminando a mi lado. Gigantescas estanterías nos flanqueaban, fundiéndose con las sombras que crecían a lo lejos y sobre nuestras cabezas. Aquella biblioteca parecía el sueño febril de un aficionado a la lectura con todo el tiempo del mundo -, aunque no encontrarás ningún libro de historia que puedas comprar en una librería, ni ninguna biografía autorizada de los grandes hombres y mujeres que se supone cambiaron o influyeron en el devenir de nuestra historia.
"Ésta es la cuna del conocimiento de los eternos perdedores, de los pobres y de los perseguidos. De los incomprendidos tomados por locos. En resumen, Daniel, aquí está la historia inalterada, tal como realmente fué, cruda y sin aderezar."
Asentí sin comprender qué tenía que ver aquello conmigo mientras mis ojos seguían ocupados leyendo los títulos de los lomos a medida que avanzábamos, buscando alguno que reconociera. ¿Cómo podía ser verdad lo que decía? ¿Cómo habían podido mantener aquello oculto tanto tiempo?
-Sé paciente, Daniel, pronto comprenderás -dicho ésto se detuvo y sacó un voluminoso tomo de aspecto muy antiguo de un estante. Me lo mostró. El título estaba en latín, grabado en letras doradas casi ilegibles.
"Confesiones de Pedro -tradujo Juan Blanco para mí. Nunca había oído hablar de él, así que me limité a encogerme de hombros -. En éste texto se basan tanto El Nuevo Testamento cómo la actual Biblia, aunque casi todo lo que hay aquí escrito fue eliminado y sustituido. Lo único que ha llegado hasta nuestros días es la Primera Epístola de San Pedro, la carta bíblica dirigida a "los desconocidos diseminados por el extranjero", aunque con algunos cambios, cómo por ejemplo las palabras "vida santa", inexistentes en el texto original.
"Pedro empezó a escribir sus andanzas junto a Jesucristo de Nazaret después de renegar de él, arrepentido y sintiéndose culpable por su cobardía. Gracias a él hoy sabemos que Jesús no era hijo de Dios, sino un hombre común, un carpintero que un buen día despertó cambiado, dotado de unos poderes inexplicables. Cómo tú, Daniel, y cómo tantos otros a lo largo de la historia. Gente que intentó cambiar el curso de los acontecimientos, marcar ésa diferencia que tanto te obsesiona, y que fueron perseguidos, asesinados y olvidados. Según éste texto, Jesucristo sería el primer superhéroe del que tenemos constancia escrita, aunque es de suponer que muchos de los nombres que conocemos y que atribuimos a dioses o guerreros legendarios fueran también hombres cómo él."
Yo guardaba silencio, escuchando e intentando asimilar lo que me estaba contando. Nunca he sido una persona religiosa y me considero agnóstico desde que tengo uso de razón, pero cuando llevas unas semanas con poderes, alguien a quién nunca has visto te habla directamente al cerebro y te transportan de un lugar a otro en una milésima de segundo, empiezas a creer que todo es posible por inverosímil que parezca. Pero aquello era demasiado, sentí que el cerebro me iba a estallar. La realidad entera parecía estar quebrándose a mi alrededor. De repente me daba la sensación de que todo lo que conocía era mentira.
-Tómate tu tiempo, Daniel -dijo Juan Blanco, y su voz me tranquilizó un poco -. Tienes mucho en lo que pensar y sé que estás cansado. Vuelve a casa y relájate. Descansa mañana y piensa en lo que te he contado. Cuando estés preparado volveremos a vernos y empezaremos con tu entrenamiento.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme en mi cama al día siguiente. El reloj-despertador marcaba las 17:03. Al principio pensé que todo había sido un sueño muy real, pero al salir al comedor ví el libro sobre la mesa, junto a la carta de los juzgados que aún no había abierto.
Me tomé un vaso de leche con nesquik y me volví a la cama.

No me he despertado hasta ésta mañana para ir a trabajar. Creo que nunca había dormido tanto.

22 de abril de 2007

Juan Blanco

Ayer conocí a Juan Blanco por primera vez.
Apareció cuando el reloj marcó la medianoche. Apenas dos minutos antes habían cruzado la plaza un grupo de chavales, pero en ése momento la plaza estaba totalmente desierta, cosa extraña siendo sábado. Las farolas iluminaban el lugar por encima de los árboles.
De repente alguien posó una mano sobre mi hombro desde atrás y dí un respingo. Me hallaba en el centro justo de la plaza, debía haberlo visto venir, o cómo mínimo haberle oído.
Me volví preparado para cualquier cosa, apretando los puños inconscientemente. En ése momento pensé en Perro Negro, pero no era él el que estaba frente a mí. Era un hombre mayor, de rostro arrugado, de una palidez mortal y pelo completamente blanco. Sus ojos azul hielo se posaron en los míos y tuve la certeza de que ya le conocía. Vestía un traje anticuado totalmente blanco que hacía juego con su larga cabellera, y en la mano izquierda sostenía un delgado bastón de metal.
- Hola Daniel, soy Juan Blanco -dijo rompiendo el silencio con una voz suave, ligera, que inspiraba confianza -. He venido a ayudarte, a enseñarte. A mostrarte quién eres hoy y quién serás mañana. Soy tu guía a través del nuevo camino que se te presenta.
"Al fin respuestas" recuerdo que pensé en ése momento. Juan Blanco habló de nuevo, y por sus palabras supe que podía leer la mente cómo "La Voz":
- No tengo todas las respuestas pero sí algunas, en efecto. El resto te serán reveladas a su debido tiempo. Ahora, si eres tan amable, haz el favor de seguirme. Éste no es lugar seguro -me agarró del brazo y cruzamos bajo los árboles hasta la parte exterior de la plaza. Cuando estubimos junto a las escaleras que llevaban a la acera se detuvo y alzó el bastón de metal frente a una de las gárgolas que reposan en la baranda de piedra, que se iluminó hasta cegarme.

La canción "Hoy ya no estás aquí" de Il Divo sonaba cuando recuperé la visión. Ya no estábamos al aire libre. Juan Blanco se hallaba a unos metros de mí, hojeando un libro junto a un antiguo escritorio abarrotado de tomos y papeles enrollados. Nos encontrábamos dentro de una vieja y enorme biblioteca, iluminados tenuemente por lámparas de un cristal amarillo que dotaban de calidez al lugar.
Juan Blanco alzó la mirada del libro y dijo:
- Poca gente sabe de la existencia de éste lugar, y menos son los que han podido entrar.
Luego, extendiendo los brazos de un modo bastante teatral, añadió:
- Bienvenido a la Biblioteca Invisible, Daniel.

21 de abril de 2007

Preguntas sin respuesta

Estoy agotado. Si sigo a éste ritmo me va a dar algo.

Ayer en el tren, cuando estaba llegando a Barcelona, me asaltó de nuevo el zumbido de las narices, aunque por suerte duró sólo unos segundos antes de que la misteriosa voz hiciera acto de presencia dentro de mi cabeza, confirmando mi teoría sobre una relación entre lo uno y lo otro.
- Daniel, he estado preocupada por tí. Temía haberte perdido, pero gracias a Dios estás aquí -dijo la voz, y a pesar de que el tono era muy regular, casi robótico, pude sentir un deje de preocupación y apremio a la vez. Observé a mi alrededor, el vagón estaba lleno de gente. Si me ponía a hablar sólo ahí en medio me tomarían por loco.
- No hace falta que hables, Daniel, límitate a pensar lo que quieras decirme -me sentí imbécil cuando terminó la frase. ¿Cómo no había caído en que me leía la mente? Era evidente. Así era cómo había dado conmigo, pensé, pero seguía teniendo dudas.
- El zumbido que sientes es un efecto secundario de mi poder. Actúa sobre la gente a la que escaneo. Siento que te haya causado molestias, pero ahora que estamos conectados éstas irán desapareciendo paulatinamente hasta que llegará un momento en que no notarás absolutamente nada.
Aquello me tranquilizó un poco. Al menos ya había algo que sabía porqué me sucedía y que además tenía una fácil solución. "¿Cómo supiste a quién escanear? Cómo diste conmigo entre los centenares de miles de personas que se mueven día a día por Barcelona? ¿Hay más gente cómo nosotros? ¿Conoces a...?" la voz cortó el alud de pensamientos que había decidido liberar:
- No tenemos tiempo ahora, Daniel. No podré mantener el contacto mucho más y tienes algo pendiente qué hacer. Te prometo que te responderé a todas tus dudas pronto.

Mientras me bajaba en la estación de El Clot siguiendo sus indicaciones, la voz me explicó que la policía aún no había dado con el tipo que me había disparado, pero que me llevaría hasta él para que terminara el trabajo que había dejado inconcluso. Insistió en que no había tiempo que perder, que era muy importante poner a ése hombre en la cárcel. No me dijo el porqué, aunque después de recibir dos disparos de su arma me importaba un pimiento. Lo metería entre rejas, pero antes le iba a dar un pequeño escarmiento. Ya no me daba miedo.
Antes de desaparecer, la voz me hizo anotarme una dirección cercana a la estación. Se suponía que el tipo iba a estar en ella al menos una hora más. La voz se desvaneció antes de que pudiera pensar en cómo sabía lo que iba a suceder, así que me quedé con otra pregunta sin respuesta. Una más a añadir a la larga lista.

Llegué al edificio que la voz había creado en mi mente unos minutos atrás. Era viejo y parecía abandonado. Tenía toda la pinta de ser un piso okupa. Había varias pintadas en el muro, a ambos lados de la puerta. Una de ellas -que se repetía tres veces- llamó especialmente mi atención:

He estado aquí. Y tú me conocerás tres veces.

No era la típica frase ni tenía ningún sentido que yo debiera conocer, pero destacaba entre los tags que ensuciaban la pared cómo si fueran moscardones aplastados contra ella. Al leerla me pareció que ya la conocía, y además me embargó una extraña y súbita sensación de inquietud. Sentí cómo si hubieran escrito esa frase para que yo la leyera. Cómo si alguien quisiera advertirme.
Me devané los sesos durante un par de minutos intentando ubicar la frase, pero finalmente me dí por vencido. Avancé hacia la puerta de madera y la empujé ligeramente intentando no hacer ruido. Estaba abierta, y una escalera empinada, estrecha y oscura, subía flanqueada por unas paredes amarillentas llenas de manchas de humedad. El lugar olía a rancio.
Subí en silencio, esquivando algunas botellas vacías y cualquier otro desperdicio que pudiera advertir de mi presencia y llegué al primer rellano, de dónde partía un largo pasillo que se adentraba en la oscuridad. La escalera moría allí, al parecer alguien había echado abajo las que subían a los pisos superiores, quizás para evitar visitas inesperadas. Los cascotes se apilaban en el rellano, entre montones de basura que olían a rayos. Aguantando la respiración, opté por inspeccionar el pasillo antes de buscar una forma alternativa de seguir subiendo. Con suerte el tipo estaría detrás de alguna de las seis puertas que se perfilaban entre las paredes en sombras.

Tras las primeras dos puertas encontré dos apartamentos -si es que se les puede llamar así- de dimensiones ridículas. En el suelo de uno de ellos había montones de bolsas de basura llenas, queapestaban cómo una manada de animales en estado de putrefacción, y en el otro había tres colchones manchados y agujereados apoyados contra una pared. La única ventana que daba a la calle y por la que se filtraba algo de luz estaba cubierta con una sábana sucia. Ví una mochila vieja en un rincón que parecía llena, pero preferí no tocar nada. Si el tipo estaba en el edificio, cómo había asegurado la voz, tenía que estar en otro lado, así que volví al pasillo y avancé hacia las siguientes dos puertas.
Tuve suerte y encontré lo que buscaba al abrir la primera de ellas, la de la derecha, aunque lo que ví no era lo esperado. El apartamento estaba algo más limpio que los dos que ya había visto y la luz del día entraba por la ventana abierta, iluminando la escena. Había algunos muebles viejos pegados a las paredes y bajo la ventana, tumbado en un sofá desvencijado, estaba mi "amigo". Su gabardina estaba en el suelo, a sus pies.
No hizo ningún movimiento cuando entré ni pareció darse cuenta de mi presencia. Parecía dormido.
Me acerqué muy poco a poco. No sentía miedo, pero la idea de que me volvieran a disparar no me tentaba en absoluto. No quería volver al hospital, quizás la próxima vez no pueda salir tan fácilmente.
Al acercarme ví la goma atada por encima del codo y la aguja colgando. Sus ojos me miraron sin verme. Estaba en pleno viaje. Me agaché y registré la gabardina. Encontré el arma con que me había disparado unos días atrás, un par de bolsas bastante grandes llenas de un polvo blanco -heroína o cocaína, supuse- y una cartera con documentos y algo de dinero. Llevaba documentos de identidad de varios países y con distintos nombres.
Lo dejé todo dónde estaba y observé al asesino pensando qué hacer con él. Finalmente, viendo que el cabrón tenía viaje para rato, volví al apartamento dónde estaban los colchones, y arranqué un trozo de sábana con la que lo até luego. El hijo de puta no estaba en condiciones de recibir ningún tipo de lección, así que me conformé con llamar al 091 y largarme de allí. Con todo lo que llevaba encima lo iban a empapelar, así que de una forma u otra, había cumplido con mi misión. "Ya aprenderá lecciones en la cárcel" pensé al salir a la calle. Aspiré aire fresco y me sentí bien. Muy bien.

Luego me pasé por la oficina y avancé tanto trabajo cómo pude hasta que llegó la hora de ir a buscar a Sara y Rafa. Nos encontramos frente al Zurich y bajamos tranquilamente por Las Ramblas hasta llegar al Paseo Colón. Allí nos metimos en un japonés que conozco desde hace un tiempo, dónde se come muy bien aunque no te gusten el pescado crudo ni las algas, cómo es mi caso.
Los dos congeniaron rápidamente, y pronto se aliaron contra mi después de contarles con todo detalle lo sucedido éstos días atrás. La próxima vez, antes de desmayarme, les mandaré un mensaje al móvil informándoles de la situación...

El resto de la noche, lo que siguió después de que Rafa nos dejará tras tomar unas copas, prefiero guardarlo en mi cabeza. Hay cosas que no se sienten o recuerdan igual cuándo las lees. Sólo diré que he dormido más bien poco, por no decir nada, y que al levantarme he ido al despacho a trabajar en el diseño de una revista hasta primera hora de la tarde.
Después de comer me he echado una siesta que me ha dejado aún peor. Me hago mayor, joder.

Y encima ahora tengo que bajar a Barcelona. La voz ha conectado conmigo hace un rato y me ha dicho que tengo que conocer a alguien dentro de dos horas, en el centro de Plaza Catalunya. La frase exacta ha sido:

Debes conocerle hoy por primera vez.

¿Quién será? ¿Porqué tengo la sensación de que tiene algo que ver con las pintadas de la pared que he ví ayer tarde? ¿O es simple casualidad?
En fín, más preguntas sin respuesta. Espero que la cosa cambie pronto, porque empiezo a estar hasta los cojones de tanto misterio.



20 de abril de 2007

El abrazo de una madre

Me encuentro mucho mejor. Descansado y cómo si me hubieran quitado un enorme peso de encima. Ya no soy prisionero de mis secretos. Todas las personas que realmente me importan saben lo de mis poderes.

Hablando de personas que me importan ayer tarde recibí llamadas de Rafa y de Sara, estaban preocupados. A Sara tenía que haberla llamado anteayer, y a causa de las dos balas que me habían metido en el estómago evidentemente no pude, y con Rafa teníamos que vernos ayer por la tarde en el Menta Negra pero se me pasó. Total que me llamaron el uno detrás de la otra y les expliqué muy por encima lo que había pasado. Hemos quedado hoy para cenar juntos los tres, así de paso se conocen. No puedo seguir avanzando en una relación sin el visto bueno de mi mejor amigo, nunca he podido. Aunque sé que siempre lo dará. Confía en mi buen criterio cómo yo en el suyo.
Por cierto, le he prohibido que traiga a Xavier.

Algo después de las llamadas llegó el Doctor Vilamajor, el médico que ha estado siempre ahí cuando alguien de la familia lo ha necesitado. Es un hombre mayor, que creo debería estar ya jubilado, pero es bueno en su trabajo y mis padres tienen una confianza ciega en él. Siempre me recuerdan que mi tía "sigue viva gracias a su intuición y experiencia". Es casi uno más de la familia, en definitiva.
Por lo que no tuve reparos en contarle cómo había acabado con dos balas en mi estómago (obviando que ahora me dedico a hacer de superhéroe amateur), y de paso, ya que estábamos, aproveché para hablarle de las constantes y aparatosas hemorragias nasales, las migrañas, y del zumbido que desde hacía unos días me taladraba el cerebro. Evidentemente no hablé de la voz, a pesar de que estoy convencido de que tiene alguna relación con ésto último.
Me observó mientras le hablaba. Por su expresión supe que él era consciente de que no se lo estaba contando todo, pero cuando terminé mi exposición no preguntó. Se limitó a pedirme que me quitara la camiseta y me auscultó en silencio. Luego siguió con la revisión y cuando terminó dijo:
- Me parece que no se puede estar más sano Daniel, pero más valdrá que vayas a ver a un neurólogo lo antes posible, no querría equivocarme. Y respecto a tu rápida recuperación tras ser herido por un arma de fuego, carece de explicación lógica -en éste punto se calló y empezó a recoger sus herramientas. Mis padres y yo guardamos silencio y nos miramos, incómodos. Cuando terminó me miró, y luego a mis padres -. Para discernir con claridad cómo ha pasado habría que someter a Daniel a múltiples pruebas, la mayoría incómodas y dolorosas -vi el miedo cruzar el rostro de mis padres tras las palabras del Doctor -. Pero no os preocupeis -añadió, dotando a su arrugado rostro de una sonrisa amable -, conocí a éste hombre que hoy tengo delante cuando no era más que un bebé, luchamos juntos contra una doble neumonía y vencimos. No voy a dejar que ahora nadie le haga daño, y menos mis colegas. Yo arreglaré éste asunto, no os preocupeis.
Les dió la mano a mis padres y luego a mi. Luego salió por la puerta sin añadir nada más y los tres suspiramos aliviados cuando mi padre la cerró tras él.
Mi madre me dió un abrazo cómo no hacía desde muchos años atrás. Ya no recordaba cómo era el abrazo sincero de una madre preocupada.

Ahora bajaré a Barcelona, ya he dejado el trabajo aparcado demasiado tiempo y los clientes empiezan a ponerse nerviosos.

19 de abril de 2007

Resistente a las balas

La cagué. Lo último que recuerdo antes de despertar es el estallido de los disparos, los dos fogonazos cegándome al intentar apartarme y el olor a quemado. El muy hijo de puta me disparó a bocajarro en las tripas. Luego el mundo se vino abajo y las sombras me tragaron.

Llegué al 666 Deluxe con tiempo de sobra. Aún faltaban unos diez minutos pero al observar el local desde fuera me di cuenta de que algo no andaba bien, aunque no sabía el qué. Entré con calma, intentando serenarme a pesar de sentir cómo el corazón me latía con fuerza. El interior estaba bastante oscuro, aún no estaban encendidas las bombillas rojas que le daban aquel ambiente tétrico tan adecuado. El 666 Deluxe es un garito heavy bastante conocido que yo había frecuentado unos años atrás, durante mi época de estudiante.
Cuando mis ojos se acostumbraron a las sombras vi al tipo de la gabardina y el pelo blanco al que había venido a buscar sentado en un rincón, y entendí qué era lo que marchaba mal. En mi visión la puerta estaba cerrada, y ahora me la había encontrado entreabierta. Pasé la vista por el local, quieto frente a la entrada. Sólo estábamos el presunto asesino y yo, aunque salía ruido de la puerta de detrás de la barra. Desde donde yo estaba podía verle a través de un espejo, pero él no podía verme a mí así que decidí quedarme a la espera y ver qué sucedía. No podía abalanzarme sobre alguien sólo porque una voz desconocida me lo hubiera ordenado.
Un par de eternos minutos después, el propietario del bar asomó detrás de la barra. Seguía siendo el mismo después de tantos años.
Y entonces vi cómo el otro se levantaba y avanzaba hacia él llevándose una mano bajo la gabardina. Era el momento de actuar.
Al moverme, el barman reparó en mi presencia y el presunto asesino le siguió la mirada. Estaba a unos cuatro metros de ellos cuando sacó el revólver y me miró a los ojos con frialdad. Salté sobre una mesa cercana y desde allí me lancé sobre el tipo al mismo tiempo que él levantaba el arma. Lo tenía a escasos centímetros cuando abrió fuego sobre mí.

Lo siguiente fue despertarme en el Hospital de la Vall d’Hebrón. Mi padre dormía en una silla junto a mí y mi madre en una especie de sofá junto a la ventana. Fuera estaba oscuro.
“¡Mierda, estoy en un puto hospital! ¿Y ahora qué?” fue lo primero que pensé. “¡Me descubrirán!”
Luego recordé mis últimos segundos antes de perder la consciencia y me incorporé lentamente, con miedo, e intentando no hacer ningún ruido. No sentía ningún dolor, sólo la molesta vía que me habían enchufado en la muñeca para suministrarme el suero. Aparté la sábana y vi los vendajes que me cubrían el estómago, allí donde había recibido los disparos. Toqué un poco por encima y al comprobar que seguía sin dolerme me arriesgué a arrancarme las vendas y los apósitos.
- ¿Qué coño...? –preguntó mi padre de repente, a mi lado. Me volví hacia él y le hice una señal para que no gritara. Él se levantó y se acercó a mí. Parecía que aún no había salido del todo del sueño.
- ¿Qué haces? ¿Cómo...? –empezó bajando el tono de voz sin dejar de mirar el montón de vendas que había ido apilando al lado de la cama. Entonces le señalé el lugar dónde me habían herido.
- Hay algo que tengo que contaros, a mamá y a ti –dije mientras él se inclinaba sobre mi estómago. Luego me miró a los ojos sin saber qué decir -, pero no aquí. Tenéis que sacarme de este hospital.
- El médico ha dicho que tienes que estar...
- Ya estoy curado -le interrumpí, y me bajé de la cama de un salto. Me observó incrédulo mientras me quitaba la VIA -. ¡Papá, despierta! –susurré intentando hacerle reaccionar - ¿Dónde están mis cosas?
- ¿Qué pasa aquí? –dijo mi madre, acercándose a nosotros.
- Está curado, cariño. No me preguntes cómo, pero...
- Tenemos que irnos si no queréis que a vuestro hijo lo conviertan en un conejillo de indias –les interrumpí. Me estaba empezando a poner nervioso -. Joder, ya hablaremos en casa. ¿Dónde coño están mis cosas?
- ¡Daniel, habla bien! –me regañó mi madre, y para mi sorpresa corrió hacia un armario y sacó algo de ropa para mí. Luego miró el reloj y dijo:
–Si tenemos que irnos, será mejor que espabilemos. ¡En menos de media hora vienen a hacerte otra revisión!

Nuestra salida del hospital fue quizás demasiado fácil, aunque a esas horas de la madrugada lo raro sería que alguien hubiera reparado en nosotros.
De camino a casa de mis padres –viven en el mismo pueblo que yo, aunque en la otra punta-, les conté por encima todo lo que me había pasado durante el último mes, y a pesar de que se mostraron reticentes al principio acabaron creyéndome. Nunca he sido una persona de inventarse cosas.
Luego me contaron que el propietario del bar había sido el que había llamado a la ambulancia y a la policía, y que incluso había estado junto a mí en el hospital durante toda la tarde.
El criminal había escapado, pero al menos había salvado una vida.

Escribo esto desde el ordenador de mi madre, pues a pesar de encontrarme bien mi madre ha insistido en que estarían más tranquilos si me quedaba con ellos como mínimo hasta mañana. Tampoco me cuesta nada ceder por una vez.
No sé cómo han quedado las cosas en el hospital. Sólo sé que mi padre ha hablado con ellos varias veces, y que ésta noche vendrá el médico de la familia a verme. No tengo ni idea de cómo se desarrollarán las cosas a partir de ahora.
¡Lo que sí sé es que tengo un hambre atroz!
¡Y que soy resistente a las balas!

18 de abril de 2007

Voces en mi cabeza

Joder, joder, joder. Creo que me estoy volviendo loco de verdad.
Eso o tengo un tumor en el cerebro o algo por el estilo. Aunque claro, también podría creer en lo que me acaban de "decir".

El caso es que hace cinco minutos el zumbido ha remitido, y cuando ya pensaba que iba a desvanecerse por completo y que tendría un respiro, alguien ha dicho junto a mi oreja:
- Hola Daniel. No te asustes.
Casi me he levantado de un salto de la silla. Estaba encerrado hasta ése momento en la oficina y hacía más de una hora que ninguna puerta se abría. He mirado a derecha e izquierda. Estaba totalmente solo. Por un momento he pensado que me había quedado dormido y que lo había soñado, pero entonces la voz a vuelto:
- No estás soñando, pero no puedes verme porque no estoy ahí, aunque soy tan real como tú.
No he sabido discernir de dónde procedía la voz. Incluso he mirado la pantalla del ordenador por si se había abierto algún programa que desconocía, pero no. "¿Qué coño está pasando?", he pensado sin saber qué hacer.
- Pasa que alguien ha decidido echarte un cable -ha dicho la voz. Una voz extraña, neutra, sin acento de ningún tipo. Sin embargo, no sé como, he sabido que pertenecía a una mujer. ¿Quién era? ¿Dónde estaba?
- Las respuestas a su debido tiempo, Daniel, ahora tenemos trabajo que hacer. Dentro de 46 minutos y 23 segundos un hombre con un arma de fuego entrará en un bar llamado 666 Deluxe y matará al propietario de un disparo, a menos que se lo impidas. No hace falta que corras, el lugar está cerca.
Al desvanecerse la voz el molesto zumbido ha regresado, y con él ha aparecido una imagen en mi cabeza: el rótulo del bar. Lo conozco, está a dos calles de aquí. A continuación ha aparecido un hombre de cabello cano, mirando el rótulo junto a mí sin percibir mi presencia, iba enfundado en una larga gabardina de cuero negro. Creo que es el supuesto asesino.

No sé qué pensar, pero no pierdo nada por ir a hechar un ojo. Mejor me largo ya.

Futilidad

Estoy cabreado e indignado.
Indignado al comprobar una vez más de lo que es capaz el ser humano, y cabreado conmigo mismo por dejar que aún me afecte.

Ayer un chico mató a tiros a treinta y tres personas en Estados Unidos, la mayoría estudiantes cómo él; un hombre acabó con la vida de su novia apuñalándola en plena calle en Málaga; un niño de once años murió a manos de dos adultos después de que abusaran de él... Y la lista sigue...

¿De qué me sirve tener poderes en todos éstos casos?
Me siento inútil.
Por mucho que me esforzara, aunque dedicara todo mi tiempo a ayudar, los resultados serían tan pobres, tan insignificantes...
¿Cómo llegar a tiempo al lugar dónde se está cometiendo un crimen? ¿Cómo enterarse de que se está cometiendo?

Me siento mal al pensar ésto, pero no puedo evitarlo al ver las atrocidades de qué somos capaces, ¿nos merecemos ser salvados? ¿Y para qué? ¿Para seguir torturando, maltratando, asesinando impunemente?

Y encima, como si no tuviera bastante con la acidez de mis pensamientos, el maldito zumbido ha vuelto hace un rato. Joder.

17 de abril de 2007

Molestias

El estrés vuelve a formar parte de mi vida, hoy por segundo día consecutivo he vuelto a llegar a casa a las nueve pasadas, y sólo estamos a martes. Estoy asqueado, cansado, agobiado...
Hoy tenía que comer con Sara pero al final he tenido que llamarla para anularlo y he debido conformarme con comerme un bocadillo de atún delante del ordenador.

Me escuecen los ojos, así que procuraré no extenderme, necesito apartar la vista un rato de la pantalla antes de que me estallen los globos oculares, o se frían dentro de sus cuencas.
Así que iré al grano: hoy me he dado cuenta de algo que creo que puede ser importante y que además me ha recordado que tengo que pedir cita para el médico.
Cuando iba hacia el trabajo a primera hora de la mañana en el tren, el molesto zumbido que sentí la semana pasada se ha metido en mi cabeza al llegar a la estación de Badalona, y no me ha abandonado hasta el mediodía más o menos. Ninguno de los pasajeros que había a mi alrededor parece haber notado nada. El zumbido ha aparecido de golpe, y se ha ido de igual modo. Luego, sobre las cinco de la tarde ha vuelto y ya no me ha abandonado hasta que, ya de regreso, he dejado atrás Badalona.
No tengo ni idea de qué puede ser, pero empiezo a pensar que no se trata de un síntoma de algo. Es realmente extraño y debo averiguar qué es, ¿pero cómo? Igual Rafa tiene alguna idea.
¿He dicho ya que Rafa es mi Libro Gordo de Petete personal?

Voy a llamarle.

16 de abril de 2007

Los superhéroes también duermen

He llegado a casa a las nueve de la noche más o menos, agotado después de un día de trabajo bastante denso. No sé yo si el ir arrastrándose por las calles atestadas para luego subirse a un tren en el que no cabe ni una aguja -y en el que encima aún ponen la calefacción aunque haga calor- forma parte del dicho que asegura que el trabajo dignifica... Quizás el refrán se inventó cuando la gente aún trabajaba en el campo y sólo tenía que aguantar su propio olor corporal.
En cualquier caso he logrado llegar sin sufrir más percances, y antes de subir a mi apartamento he recogido el montón de papel que llenaba mi buzón. Subiendo las escaleras le he echado una ojeada: facturas, propaganda del chino, resúmenes de los movimientos del banco, un display del Telepizza, más facturas y ¡oh sorpresa!, una carta de los Juzgados de Mataró. Ya tardaban...

He tirado las cartas sin molestarme en abrirlas sobre la mesa y me he ido directo a la ducha. No hay nada que me relaje más que una ducha de agua bien caliente mientras suena en la minicadena el Carmina Burana o alguno de los últimos discos de Lorenna McKennit. Mientras el agua cae sobre mí es cómo si mi alma de desligara del cuerpo y dejara el cansancio, el dolor y las preocupaciones atrás. Me siento cómo debía sentirse Lobsang Rampa cuando salía flotando en sus viajes astrales, dejando el cuerpo en la tierra reposando al otro extremo del fino hilo de plata que une lo físico con lo espiritual y que marca el camino de regreso.
El viaje ha durado unos diez minutos que se me han hecho cortos, pero desde pequeño me enseñaron que hay que racionar el agua, así que he salido del baño satisfecho y cómo nuevo. He mirado las cartas al cruzar el salón y he decidido que mañana las abriré, he querido conservar mi buen humor unas horas más. Lo suficiente para poder irme a dormir tranquilo otra vez.

Hasta los superhéroes necesitamos dormir. Al menos los de verdad.

Buenas noches.

La prueba

Menuda semanita me espera.

Ahora mismo estoy terminando con el papeleo del primer trimestre, que tengo que entregar al gestor mañana mismo, mientras varios programas minimizados esperan a que me ponga con la imagen corporativa de un nuevo cliente y con la maquetación de una revista. Y éso sin contar que el lunes que viene es Sant Jordi, el día del libro y de los enamorados aquí en Catalunya, y que uno de mis mayores clientes es una sociedad cooperativa libretera con varias sucursales que querrá que les diseñe carteles, folletos y algunas cosas más, y que aún no se han puesto en contacto conmigo para hablar sobre ello. Cómo cada año, habrá que hacerlo todo en los últimos dos días...

Pero me da igual.
Hoy estoy contento, feliz. Primero por mi triunfal bautizo cómo defensor de la justícia, y en segundo lugar por cómo se tomó Sara todo lo que hablamos ayer. Me confesó que la primera vez que le hablé del asunto no me creyó y se lo tomó cómo una broma o un juego, pero ayer le demostré que todo era real. Después de la demostración creo que no volverá a dudar más de mi palabra.

La noche del sábado, después de dejar a "Rostro borroso" bajo el eucaliptus y llamar a la policía, me acordé de la herida que me había hecho con la navaja durante nuestra pelea. Me detuve bajo una farola y después de asegurarme de que nadie me veía me desabroché la parca y aparté la ropa para poder ver el corte. No me dolía en absoluto y parecía que había dejado de sangrar. No parecía muy profundo así que retomé el camino hasta casa y una vez allí me desnudé y limpié la herida con agua oxigenada. Entonces me dí cuenta de que había desaparecido. No quedaba ningún rastro del corte. Realmente me había regenerado, y extraordinariamente rápido.

Sara se asustó cuando me vió llegar junto a la cama con un cuchillo. A punto estubo de gritar, pero mi mirada serena la tranquilizó un poco. Cuando acerqué la hoja a mi brazo su expresión pasó del miedo a una mezcla de confusión y repugnancia, y al cortarme por debajo del codo y ver el primer hilillo de sangre no pudo evitar levantarse de un salto y soltar un gritito de incredulidad. Segundos después empezó a insultarme y a recoger su ropa. Antes de que hubiera terminado de vestirse me pasé la mano por la herida, apartando la sangre, y le mostré mi brazo intacto. Se quedó mirándome sin saber qué decir, con la camiseta a medio poner. Estaba muy sexy.
A partir de ahí explicarle todo lo demás fué mucho más fácil.

15 de abril de 2007

Rostro borroso

Lo he hecho. Lo he parado y me siento cómo Dios.

Eran casi las once de la noche de ayer cuando escuché un grito ahogado procedente del cruce a oscuras que tenía unos veinte metros por delante, seguido de lo que parecían un par de golpes y el sonido de algo pesado siendo arrastrado por el asfalto. Avancé hasta el cruce y me asomé para mirar a ambos lados. Allí estaba, a una distancia de tres coches a mi derecha, intentando ocultar sus actos bajo la sombra de un enorme eucaliptus que crecía entre la acera y la calle. Siempre recordaré aquél olor que impregnaba el aire y no podré evitar relacionarlo con los minutos que siguieron. El maníaco tenía inmovilizada a una mujer de mediana edad, que se revolvía en el suelo, y le cubría la boca con una mano enguantada.
Me vió y se quedó totalmente quieto, mirándome fijamente desde las sombras mientras yo avanzaba hacia él. Por la facilidad con que sujetaba a su víctima el tío debía ser bastante fuerte. Más me valía no subestimarle.
A medida que me fuí acercando intentaba verle la cara, pero realmente parecía borrosa, tal cómo habían descrito sus anteriores víctimas.
-Suéltala -dije acercándome, ya sólo nos separaban unos metros y él seguía sin moverse, observándome. Incluso parecía que ni siquiera respirara. Era bastante inquietante, la verdad.
Cuando llegué junto al coche aparcado bajo el árbol, a escasos tres metros de ellos, hizo un movimiento muy rápido con el brazo con que sujetaba a la mujer y la soltó. Ella cayó inconsciente sobre la acera, cómo un saco de patatas, y en ése momento me asusté. Creía que la había matado.
Él retrocedió unos pasos lentamente sin dejar de mirarme y yo le seguí sin tenerlas todas conmigo. No sabía dónde me estaba metiendo, y me empezaba a preguntar si realmente estaba preparado para ello.
Pasé junto a la mujer y ví que aún respiraba. Suspiré aliviado y volví a centrar mi atención en mi "amigo", que ya había salido de las sombras. Vestía ropa de calle muy corriente, y lo único extraño era aquel rostro indefinido y el modo en que retrocedía , cómo si cada movimiento estuviera calculado y tuviera un propósito.
Llegó hasta el centro de la calle y se detuvo bajo la luz de una farola. Parecía estar esperándome. Ahora o nunca, pensé, y me lancé sobre él con la intención de pillarle por sorpresa. Pero él fué más rápido y con el codo me golpeó en el cuello, en toda la nuez de adán, haciéndome retroceder al tiempo que del bolsillo de su chaqueta sacaba una navaja con una rapidez inesperada. Intenté apartarme, pero aturdido cómo estaba sólo logré que no me ensartara de lleno. Sentí el frío mordisco del acero en un costado y retrocedí de un salto. Nos quedamos mirando el uno al otro, midiéndonos, y en la hoja de su navaja pude ver resbalando mi sangre.
No recuerdo muy bien que sucedió a partir de ése momento, pero sí sé lo que sentí: un odio brutal hacia aquél tipo. Quería acabar con él, destrozarlo, hacerlo desaparecer. Convertirlo en nada. Dejé que la rabia me cegara.

Cuando recuperé el control el maníaco estaba en el suelo en posición fetal, tembloroso y respirando con dificultad. El brazo con el que me había atacado con la navaja estaba doblado en un ángulo imposible, y en el suelo junto a él había una mancha de sangre. El arma estaba un par de metros más allá, tirada sobre el asfalto y con la hoja partida.
No sabía cuánto rato había pasado, pero no podía ser mucho. La mujer seguía inconsciente.
Arrastré al criminal bajo el eucaliptus y me cercioré de que no tenía ninguna herida grave. Luego me centré en su rostro y descubrí qué era lo que lo hacía parecer borroso: una estúpida media de color carne, recortada de forma que sólo le cubriera la cara.
En ése momento me dí cuenta de que con los nervios no me había puesto el pasamontañas antes de entrar en acción. Menuda chapuza. Por suerte la mujer no podía haberme visto bien y en cuánto al lunático..., poco importaba lo que tuviera que decir cuándo lo encontrara la policía. Le até a conciencia con la cinta de pintor y le dejé puesta la media después de comprobar que era un tipo con un rostro de lo más común.
Me acerqué a la mujer y la senté en la acera. Permanecí junto a ella hasta que ví que empezaba a reanimarse y entonces me fuí, no sin antes decirle que el tipo que había atado bajo el eucaliptus era el criminal buscado por la policía. Esperaba que me hubiera entendido.
De todas formas, cuando llegué a la primera cabina que encontré, llamé a la policía y les dije dónde podían encontrar al criminal. Colgué en cuánto quisieron saber algo sobre mí y me dirigí a casa.

Después de lo sucedido sólo me queda decir que he dormido cómo un niño, del tirón y durante más de diez horas seguidas por primera vez en meses.

14 de abril de 2007

Las cartas sobre la mesa

Ya se me ha pasado un poco el ataque de autocompasión de éste mediodía, aunque mis ideas no han cambiado, sólo han variado un poco de perspectiva.
Lo primero que tengo que hacer es organizarme, por mucho que vaya por ahí en plan superhéroe tengo que seguir trabajando si no quiero convertirme en "Sin-techo Man". Y tampoco es justo -para mí ni para nadie, y en especial para Ella- que desaparezca de repente.

No sé aún cómo lo haré con el trabajo, pero el ser autónomo es una ventaja en éste caso, quizás reajustando un poco el horario pueda llevarlo mejor. Con respecto a Sara, hablaré con ella y le pondré las cartas sobre la mesa. Creo que después de lo que hablamos ayer puedo hacerlo. Espero que lo comprenda.
Ésta situación me recuerda a algunos cómics de Spiderman, cuando ya estaba casado con Mary Jane y discutían sobre éste mismo tema, y ella intentaba acostumbrarse a lo que hacía Peter Parker cuando no estaba tirando fotos. Supongo que las mujeres de los policías y bomberos pasarán por algo parecido.
Así que se lo explicaré todo, incluído lo que omití ayer. Se merece al menos éso. Mañana por la tarde tenemos que vernos y no lo retrasaré más.

Cambiando de tema, he tenido que lavar tres veces el maldito pasamontañas para que quedara limpio, parece que el agua caliente no va bien para eliminar la sangre, lo que me lleva al e-mail que me ha mandado Xavier, en el que únicamente me ha dejado un link a una web, sin más comentarios:

http://www.anticon.biz/onlinestore/index.php

Parece que quiere convertirse en mi agente de estilo...
La idea no está mal, pero ésas capuchas parecen demasiado fáciles de apartar. Por ahora seguiré con el pasamontañas, aunque a partir de hoy me llevaré conmigo tres o cuatro paquetes de kleenex.

Ahora me encuentro bien, no me duele nada y el zumbido que me ha preocupado desde ayer ha desaparecido. Ahora que pienso en ello, se ha ido repentinamente en el tren junto a la sensación de pesadez, cuando hemos dejado atrás la ciudad de Badalona. Qué cosa más rara... De todas formas lo que importa ahora es que vuelvo a estar despejado y que me siento capaz de todo. Más le vale a ése bastardo permanecer oculto ésta noche.

Responsabilidad

Estoy deshecho. Ha pasado lo que temía y ahora me siento cómo una mierda.
Ésta noche el maníaco ha vuelto a actuar y una anciana ha sido ingresada en el Nou Hospital de Mataró, y yo mientras por ahí jugando a ser un tipo normal.
Me cago en todo, me siento responsable, joder. Si hubiera estado allí...

Me he enterado hace un rato cuando me he bajado del tren, tres mujeres mayores hablaban entre ellas en el andén, bastante nerviosas. Parece que el miedo se está apoderando del pueblo.

Prometo que saldré cada noche hasta que dé con ése malnacido, no importa lo cansado que esté o los problemas que me acarree. Ahora no puedo pensar en mí, no tengo derecho después de lo que ha pasado. Se lo debo a ésa mujer que ahora yace en una cama de hospital por mi culpa.

Sara puede esperar. Todo puede esperar. Ahora lo único que importa es cazar a ése hijo de puta, y darle una lección que no olvide nunca.

13 de abril de 2007

Estática

Algo no marcha bien dentro de mí.
No me encuentro demasiado bien, y ésta vez no se trata de una migraña ni de un catarro. No sé que és, pero me siento pesado, sobretodo la cabeza...
Quiero pensar que es por el cansancio acumulado, aunque hay algo que me mosquea: desde éste mediodía he empezado a notar algo extraño, cómo un zumbido, una vibración muy sutil. Primero pensaba que era el móvil de alguien o el aparato del aire, pero no, resuena en mi cabeza cómo la estática de una emisora mal sintonizada. No es que me duela nada, pero coño, molesta. Me cuesta pensar.
Mañana pienso pasarme el día entero tumbado en el sofá, a ver si se me pasa, y el lunes sin falta pediré hora para el médico. Todo ésto empieza a preocuparme.

Ésta noche tocará poner buena cara -sé que no me va a costar demasiado- y fingir que estoy perfectamente. Una cosa es que le cuente a Sara que tengo poderes -con todo lo que ya conlleva- y otra es que además le diga que desde que los tengo parece que me esté descomponiendo. Aún no he decidido cómo empezaré a contárselo, ni que le diré exactamente. Supongo que según la cara que vaya poniendo me ceñiré más o menos a la verdad.
Espero que Xavier se equivoque.