8 de abril de 2007

Neveras de soltero vacías

Ya estoy de vuelta.
Hace dos horas y algo que he dejado a Sara en Barcelona y ya la hecho de menos. Después de despedirnos me he venido para casa algo melancólico. Al llegar he deshecho la mochila, he puesto una lavadora y me he dado una ducha que me ha dejado como nuevo.
Ahora, relajado y viéndolo todo con cierta perspectiva, puedo afirmar que han sido unas vacaciones de putísima madre. Lástima que ya hayan terminado.
"Bienvenido al maravilloso mundo gris de la rutina, la monotonía y las neveras de soltero vacías." Hoy no cenaré, pero el saber que volveré a verla el viernes lo hará más llevadero.

Al final los tres o cuatro días se han convertido en seis, y Sara y yo hemos tenido todo el tiempo del mundo para conocernos bien -además de patearnos catedrales, barrios medievales, ciudades encantadas, museos...- . Todas mis expectativas se han cumplido, así que más contento no puedo estar. Ha sido uno de los mejores viajes que he hecho, y sin salir de España. Y además he conseguido no pensar para nada en el trabajo ni -casi- en todo lo extraño que me ha pasado últimamente.

Digo "casi" porque algo sucedió la segunda tarde de nuestro viaje. Estábamos en Cuenca, viendo pasar la Procesión del Silencio, cuando todo volvió a mí de repente. Todo se detuvo a mi alrededor y los colores pasaron a ser una gama de grises, exactamente cómo había sucedido en la estación de Plaza Catalunya la semana pasada. Los redobles de tambores, las voces, los pasos, todos los sonidos se apagaron también. Sara estaba a mi lado, paralizada con la boca abierta y mirándome sin verme. Aquello -fuera lo que fuese- la había pillado a media frase. Observé a mi alrededor: la procesión, los más de mil miembros de la hermandad, incluidos los banceros que llevaban el paso sobre sus hombros, estaban inmóbiles, al igual que los cientos de espectadores que se apelotonaban en las aceras a lo largo de la calle. Yo era el único que aún podía moverse.
Me bajé del bordillo y caminé por el centro de la calle, intentando ver algo -no sabía el qué-. Entonces uno de los nazarenos que estaba situado frente al paso volvió a la vida y se movió en mi dirección, poco a poco. Una ola de frió me golpeó y pude sentir cómo el terror que ya conocía me paralizaba. El aire olía a incienso rancio. A iglesia cerrada durante largo tiempo.
El nazareno siguió avanzando hacia mí y con movimientos muy lentos se quitó la caperuza gris. Era Perro Negro, sonriendo y mostrándome otra vez aquellos dientes blancos, perfectos. Dientes de depredador. Se detuvo a unos metros y me saludó con un movimiento de la cabeza sin dejar de sonreir. Su voz resonó en mi cabeza, pero sus labios permanecieron quietos:
- Ya sé quién eres. Y sé cómo hiciste lo que hiciste a nuestros hermanos. No estuvo bien, pero ya hablaremos de ello. Ahora disfruta de tu viaje, Daniel.

Y entonces desapareció cómo la vez anterior y todo volvió a la normalidad. Yo volvía a estar junto a Sara y ella pudo terminar su frase, cómo si nada hubiera sucedido. Disimulé mi malestar como pude e intenté alejar hasta más tarde aquella experiencia.
Aquella misma noche, cuando Sara se durmió, me puse a pensar en lo que había ocurrido. Apenas dormí en toda la noche, pero conseguí reducir aquellos encuentros con Perro Negro a dos posibilidades: la primera era que me estaba volviendo loco de verdad, y la segunda que había otras personas con poderes, y que ése negro de más de dos metros era una de ellas. Antes de caer dormido recuerdo haber pensado, irónicamente: "Lástima que sea de los malos".

El resto del viaje a partir de entonces ha ido de miedo. Ni una migraña, y sólo me sangró la nariz una vez y muy poco, y ella no estaba en ése momento así que me he ahorrado tener que inventarme excusas. Parece que viajar me sienta bien.

Mañana aprovecharé para perrear y recuperarme del viaje -que ha sido agotador-, y llamaré a Rafa para ver que tal está. Desde el jueves no sé nada de él, pero al menos cuando le llamé parecía estar bien: se había llevado ya todas sus cosas del piso de Marta y dijo que no la echaba nada de menos. No me lo termino de creer, pero si decir eso le ayuda...

¿Qué estará haciendo Sara ahora?

1 comentario:

Anónimo dijo...

parece como si perro negro fuera la sensacion de remordimiento por haber pegado a esa gente, muy bueno, sigue así