21 de enero de 2008

Martes 12 de junio de 2007, 14:23h

Domingo finalmente reuní el valor para llamar a Sara. Llevaba desde el viernes dándole vueltas a nuestra última conversación: me sentía fatal por como la había tratado. Por suerte no estaba enfadada, y le pareció buena idea quedar para pasar la tarde juntos.
Los nervios me habían acompañado toda la mañana, desde el mismo instante en que su voz respondió al otro lado de la línea. Y cuando horas más tarde la ví aparecer por el paseo, caminando hacia mí con una sonrisa radiante en el rostro, algo se rompió en mi interior . Y comprendí. Sara era la mujer de mi vida, me dije. Y yo era el egoísta, gilipollas e inmaduro que no la merecía.
Llegó hasta dónde yo estaba y nos abrazamos y besamos como si fuera la primera vez. Cuando quiso apartarse para decir algo no la dejé, la mantuve pegada a mí rodeándola con los brazos y me sorprendí llorando como un niño, empapándole el cuello de la camisa.
-¿Tanto me has echado de menos? –dijo sonriendo cuando por fin la solté, acercándome un kleenex –Ni que me hubiera ido de Erasmus.
-Sí –respondí, secándome los ojos. La miré para decir algo, pero no pude.
Ella me observaba entre divertida y sorprendida. Nunca me había visto así. Supongo que se preguntaba dónde estaba el tipo duro que había conocido, aquél que no había querido ver nunca "Los Puentes de Madison" para no ver a su ídolo llorar.
-¿Porqué te has puesto así? –preguntó cogiéndome de la mano y empezando a caminar paseo abajo.
-Supongo que es un poco por todo –dije sin convencimiento, mientras intentaba dar con alguna excusa para cambiar de tema -. Demasiadas cosas en la cabeza, el cansancio acumulado...
-Claro –me cortó, deteniendo sus pasos y mirándome a los ojos –. Lo que sea con tal de no admitir que me echas de menos, ¿no?
-Joder, Sara. Claro que te he echado de menos, pero me cuesta demostrar lo que siento, decir las cosas... Sabes perfectamente porque me he puesto a llorar.
-Sí, lo sé. O lo supongo. Pero quiero que me lo digas. Necesito que me lo digas –su sonrisa había desaparecido y sus ojos parecía que fueran a incinerarme en cualquier momento.
-Es que no puedo...
-Pues inténtalo –en ese momento recuerdo que me sentí como un niño al que no le salen los deberes por más que lo intente.
-Lo sé, Sara, pero ya sabes como soy...
-Eso no es una excusa. La gente cambia, Dani –me tenía acorralado. Sabía lo que ella quería, lo que necesitaba. Igual que lo había sabido de Susana. ¿Sería capaz de cambiar ésta vez? ¿Me importaba Sara lo suficiente?
-Lo puedo intentar –dije finalmente, intentando convencerme a mí mismo más que a ella –. Pero, por favor, no me presiones. Sé que debo aprender a abrirme, a desprenderme de mi coraza cuando esté contigo, pero también sé que me llevará tiempo.
-Me conformo con que lo intentes –dijo, recuperando la sonrisa -. Por ahora.

Pasamos la tarde en el Parque de la Ciudadela sin soltarnos de la mano, tirándoles pan a los patos del estanque y paseando entre los árboles. Durante unas horas no pensé en nada más que en lo que estaba haciendo entonces, disfrutando de cada minuto.
Esa noche la pasé en Barcelona, pero no me puse el pasamontañas.

3 comentarios:

Babilonios dijo...

Ya me he puesto al día...

Parece todo mucho más natural y menos precipitado. Al principio, la manera de hacer el blog ayudaba a la credibilidad de la historia. Pero parece que haciendo las cosas con pausa ha mejorado bastante.

Ánimo y a seguir con ello.

Anónimo dijo...

Me alegro no sabes cuanto de que hayas continuado con esto, me moria de ganas de continuar tu aventura.
Tambien comentarte que no se puede descargar el PDF!! :| Dios arreglalo por favor!! :'(

Anónimo dijo...

Llevo un tiempo siguiendo tu blog, desde que pusiste la historia en los foros Meristation, siempre que puedo lo consulto, y es que estoy enganchada a tu historia. Sigue asi y espero que continues pronto con la historia, me has dejado con la intriga.
Mucha suerte con tu historia. ;-)