20 de enero de 2008

Viernes 8 de junio de 2007, 20:55h

Magda acaba de estar aquí. Me ha traído unas croquetas caseras y a cambio me ha hecho prometerle que mañana comeré con ella. Un poco de vida social no me hará daño, supongo.
Luego me ha llamado Sara. Desde el lunes no habíamos vuelto a hablar, y si soy sincero, he esperado ésta llamada toda la semana. No voy a negar que en más de una ocasión no haya estado a punto de llamarla yo mismo, pero no me parecía lo correcto, por muchas ganas que tuviera.
Me echa de menos, y quiere que nos veamos mañana o el domingo, aunque sean un par de horas. Me he hecho un poco el duro y le he dicho que mañana lo tenía complicado, que el domingo igual tenía un rato libre, y que ya la llamaría. Hemos intercambiado las típicas preguntas frías y estúpidas que todos guardamos para ocasiones como ésta y nos hemos despedido. He colgado pensando en lo idiota que puedo llegar a ser a veces.

Volviendo a lo de ayer –por cierto, éstas croquetas están cojonudas-, cuando terminé de contarle a Carmen todo lo que le había sacado a Juan Blanco, pensé que quizás ella estaría más dispuesta a aclararme algunas de las dudas que tenía. Además, alguien con su poder por fuerza tenía que saber muchas cosas que el resto ignorábamos. Si me había encontrado a mí, bien podía haber encontrado a otros.

-Claro que conozco a otros, Daniel –respondió Carmen cuando le pregunté. Por fin alguien respondía sin evasivas. Quizás debería haber empezado por ahí... –Nunca preguntaste –dijo ella, sonriendo.
Me contó que conocía a varias personas en la ciudad con distintos tipos de poderes, y que había colaborado con alguna de ellas en más de una ocasión, como hacía ahora conmigo, pero de forma más puntual. Algunos habían sido entrenados por Juan Blanco, otros no. De hecho, la mayoría venían de otros países y llegaban ya dominando sus poderes. De todas formas, recalcó, éramos muy pocos, y la mayoría ya no usaban sus poderes.
Algunos, cansados de que nada cambiara, habían dejado de intentarlo. Los había que llevaban mucho años en ésto. Otros preferían ser discretos y ocultaban lo que podían hacer, venían de países dónde las autoridades habían puesto precio a sus cabezas. “No sabes lo que es el horror hasta que lees la mente de alguien que ha pasado los últimos meses tendido en la fría mesa de un científico”.
Luego me habló de los que sí usan sus poderes. Al parecer los hay de varios tipos.
En primer lugar, el grupo más numeroso: los que utilizan sus habilidades en beneficio propio. Al parecer muchos habían empezado a usarlos con buenas intenciones. Al principio algunos se quedaban solo con el dinero que llevaban los malos, amparándose en el dicho ése de “el que roba al ladrón tiene cien años de perdón”. Probablemente tendrían los mismos problemas que yo para compaginar ambos trabajos. La verdad es que no me parece una mala idea. Lo malo empezaba cuando en lugar de detener a los malos, acababan trabajando para ellos. Supongo que es más rentable y menos peligroso para la integridad física de uno.
En el segundo grupo están los que se creen un Robin Hood moderno. No suelen verse a muchos de éstos, según Carmen. Y sí, lo habeis adivinado: roban a los ricos –léase bancos, cajas, furgones de dinero- para luego dar a los pobres, ONGs, etc... El último se está pudriendo en La Modelo actualmente. Ah, y tranquilos, que el Dioni no es uno de ellos. Ése solo es muy listo.
Por último, están los que intentan cambiar las cosas para mejor: los hay como Perro Negro, que se limitan a ayudar a un tipo de gente concreta, como en su caso a los que él considera “sus hermanos”, aunque a veces, puntualmente, pueden prestar su ayuda a otros; están los tipos como Juan Blanco, que ya no luchan de forma directa por cambiar las cosas, pero que lo hacen a través de otros, sus alumnos, discípulos, o como querais llamarlo; y por último están los que luchan contra el mal activamente y sin hacer distinciones.
Al parecer los de éste último grupo son más bien escasos. Carmen me dijo que ahora mismo solo hay uno en la ciudad –aparte de mí-, que ha logrado mantenerse ahí gracias a que su trabajo se lo permite. Es policía. Me prometió que algún día nos presentaría.

Un borracho montado en un Volvo nos obligó a aparcar la conversación, y luego la noche siguió su curso, sin darnos un minuto de respiro. Con suerte dentro de un rato, en cuanto aterrice en Barcelona, la retomaremos.

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