20 de septiembre de 2010

¿Realidad o ficción? Capítulo 1

¡NO LEER SI NO SE HA LEÍDO LA NOVELA!


Martes 20 de marzo de 2007, 16:03h
Hoy me ha pasado algo muy bestia

No sé qué me pasa.

Esta mañana me he levantado con una migraña infernal. Una de esas que te provocan arcadas si intentas moverte demasiado, así que he decidido quedarme en casa y pasar de ir a currar. Tampoco es que hoy tuviera mucho trabajo, así que nadie lo notará, ni siquiera mi bolsillo a final de mes. Una –quizás la única- ventaja de ser autónomo.
[Realidad: tengo migrañas desde hace muchos años (son la herencia familiar que me ha dejado mi querida madre), y en el momento en que empecé a escribir la historia trabajaba como autónomo y tenía mi propio despacho en Barcelona.]

Me he tomado un espidifén y me he vuelto a la cama. No sabeis lo que jode, cuando te ataca una migraña asesina, tener una peluquería canina dos pisos por debajo del tuyo.
[Realidad: cuando descubrí el espidifén aluciné. Es lo único que consigue calmar mis migrañas, e incluso aplacarlas totalmente y en tiempo récord si me lo tomo a tiempo. Y sí, lo de la peluquería canina también es real. Y si sólo fuera por los ladridos de los perros...]

Finalmente he conseguido dormirme cubriéndome la cabeza con la almohada. Parece mentira, pero sentir una ligera presión sobre las sienes alivia algo el dolor.

Por cierto, no me he presentado: me llamo Daniel García. Tengo 32 años y las migrañas me acosan desde que tengo memoria, así que ya las considero como un mal menor. A pesar de lo terribles que son uno se termina acostumbrando. De hecho, si hay gente que se acostumbra a pasar hambre o a ser maltratada a diario, cómo no me voy a acostumbrar yo a una ridícula migraña.
[Realidad: me llamo Daniel, aunque mi primer apellido es otro, como a estas alturas ya sabreis, y en el momento de escribir el capítulo tenía 32 años.]

Desgraciadamente la cosa hoy no ha quedado ahí. Ojalá solo hubiera sido eso.

Al despertarme por segunda vez, el reloj-despertador de la mesita marcaba las 13:30h. Me he levantado con hambre y medio mareado y he entrado en la cocina. He husmeado en la nevera y en el armario y al final me he decidido por algo fácil: macarrones con salsa de tomate.

Mientras el agua se calentaba me he tumbado en el sofá y he encendido la tele. Nada interesante, para variar. Entonces ha sido cuando he visto la sangre. Primero en el sofá, luego en mis pantalones y en el suelo. Goterones de sangre que marcaban mi recorrido por el piso. Pero algo escandaloso. El sofá y los pantalones los he puesto perdidos. He ido corriendo al cuarto de baño y me he mirado en el espejo. La sangre salía de la nariz. De las dos fosas nasales a la vez y de una forma continua. Me he asustado un poco pero no soy un tío al que la visión de la sangre le afecte, por lo que rápidamente me he limpiado con agua bien fría y cogiendo un buen puñado de papel higiénico he tirado la cabeza hacia atrás y he cubierto con él la nariz. Así, andando como un mayordomo anquilosado, me he vuelto al sofá.

Y entonces han empezado los vecinos del piso de enfrente. Discuten día sí, día también. Supongo que también se han acostumbrado, al igual que yo a las migrañas. Pero hoy ha sido diferente. Han empezado como siempre: gritando, insultándose, mandándose a la mierda mutuamente... A mi migraña le ha venido de cojones el jaleo, vamos. He intentado centrarme en lo que decían en la tele e ignorarles. Mis ojos repasaban el techo mientras una de esas paparazzi insultaba a un famosete por haberle roto el micro o no sé qué, cuando la voz del vecino ha alcanzado un nivel de decibelios intolerable. Mi ojo derecho parecía que se me fuera a salir de la órbita a causa del dolor, cada vez más agudo. El vecino ha dicho a grito pelado: "¡Te voy a partir los morros, so cerda!" La frasecita debe haberse oído a través del patio de luces por todo el edificio y casi seguro que habrá llegado a la calle.

Estas situaciones me hacen sentir incómodo e impotente a la vez. Piensas en lo que debe estar pasando allí al lado, a tan solo unos metros de ti. Te imaginas cosas malas, pero siempre piensas que seguro que son las bravuconadas del machito de turno. Que no le va a hacer daño. Luego un buen polvo, y la reconciliación perfecta.

Hasta que oyes el golpe y el grito de ella, y un segundo golpe cuando su cuerpo se da contra el suelo o algún mueble. A lo que siguen más gritos y golpes.
[Realidad: esta situación, por desgracia, fue real durante un tiempo. En esa época teníamos a una pareja jóven viviendo en el edificio, y les escuchábamos discutir bastante a menudo. Tiraban y rompían cosas e incluso llegaron a las manos en más de una ocasión. Por suerte fueron invitados a abandonar el piso al poco tiempo.]

No sé qué me ha pasado, pero algo ha hecho clik dentro de mi cabeza. La migraña ha desaparecido, dejando paso a una furia que jamás había sentido. Me he levantado y corriendo he cruzado mi apartamento hasta la puerta, que he abierto sin pensar en qué haría a continuación. Los gritos y los golpes seguían a tan solo unos metros de mí. Y sabía que nadie haría nada. La gente está acostumbrada a no decir o hacer nada si lo malo no les sucede a ellos mismos.

He gritado, plantado frente a la puerta de los vecinos. He gritado que se detuvieran, que iba a avisar a la policía. El maníaco que estaba vapuleando a su señora al otro lado me ha contestado a voces que si no me largaba yo sería el siguiente. Y eso ha sido lo último coherente que recuerdo. A partir de ese momento solo hay una sucesión de imágenes.

Una puerta volando por los aires. Sangre en el suelo. Sangre en la cara de la mujer y resbalando por su cuello. Su camisón manchado y roto, del que sobresale uno de sus pechos perfectos. Un puño estrellándose contra mi cara. La cara del maltratador, atónito. Luego aterrado. Finalmente su cara ya no es su cara: es un amasijo de carne y sangre. La mujer llora en el suelo, junto a tres latas de cerveza vacías y aplastadas. Vecinos en la puerta. Alguien ayudándome a entrar en mi piso. Oscuridad.
[Realidad: uno de los días en que la pareja vecina discutía la cosa se salió de madre y se escuchaban por toda la escalera los golpes de él y los gritos de ella. Salí a la escalera (acompañado de mi -por aquel entonces- novia), y grité que la dejara en paz, más para que se detuviera al escucharme que por otra cosa. La vecina de enfrente nuestro también salió al oirme, y el tipejo dejó de usar a su novia de saco de boxeo y salió a su rellano y gritó que bajara si tenía cojones. Evidentemente no bajé: llamamos a la policía, que llegó un rato después y habló con ellos. Desde entonces, y hasta que la pareja abandonó el edificio, no volvimos a escuchar más golpes.]

He despertado a media tarde, sin migraña pero con el cuerpo -y sobre todo la cara- dolorido. Alguien me ha limpiado las heridas y me ha puesto vendajes y tiritas. Alguno de los vecinos, he supuesto. Al fin alguien hace algo.

Al despejarme del todo me ha sorprendido no estar en comisaría. Según creo estoy implicado en uno o varios delitos. Me extraña la tranquilidad que ahora se respira en todo el edificio. Es como si no hubiera pasado nada. Aunque claro, mis heridas indican todo lo contrario.

¿Me estaré volviendo loco?

Mañana preguntaré a los vecinos, ahora me vuelvo a la cama. Me encuentro fatal...

1 comentario:

Anónimo dijo...

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