12 de febrero de 2011

El Salvador - Microrrelato superheroico en seis capítulos


El Salvador - Escrito por Javier Fernández Jiménez

Dicen que en la adolescencia es cuando los humanos definen su personalidad. A los quince años yo descubrí dos cosas: que no era humano y que tenía superpoderes. Había leído tebeos de Superman, Spiderman, La Patrulla X… así que estaba bastante enterado de cómo debía comportarme a partir de entonces. Lo que nadie contaba en esas historias es lo chungo que se hace controlar los poderes o cómo manejar la super fuerza para no matar a nadie en un momento de furia… por suerte todo el mundo pensó que la muerte de Jaime fue un accidente…

Tenía todos los poderes imaginables y era el único de mi especie por allí, como Supermán. En serio, era una pasada. Velocidad, fuerza… pero además contaba con algunos truquillos únicos que ni siquiera tenía el Hombre de Acero, como la invisibilidad, la empatía y otros que ni tan siquiera necesitaba para controlar el mundo. Tenía cualquier cosa a mi alcance y decidí arreglar las cosas.

Acabé con las armas nucleares y las guerras, aunque para ello tuve que ponerme algo durillo en algunos momentos y matar a algunos humanos, pero el fin justificaba los medios, el Mundo sería un lugar mucho mejor sin esos tipejos. Tanto me esforcé, tanto me empeñé en que el mundo fuese perfecto, que al final lo conseguí.

Creé un mundo utópico, en el que no había crímenes ni guerras ni contaminaciones… un mundo en el que los humanos vivían en armonía con la naturaleza. Tan perfecto era mi mundo que yo no tenía nada más que hacer allí, era un recuerdo de tiempos pasados y peores. Era un estorbo para las autoridades y así me trataban.

Me retiré a la Mansión que había edificado para mí en la Luna y allí me dediqué a cultivar jardines, a leer, a tocar música… pero hay una cosa terrible en eso de ser tan perfecto como lo soy yo, que al poco tiempo ya tenía todo aprendido y más que aprendido. Así que, decidí hacer lo único que podía hacer en ese caso…

Me dediqué a causar catástrofes naturales, a desbordar ríos, a alborotar tsunamis y a zaherir a las naciones para que se invadiesen las unas a las otras. Y cuando los humanos estaban en su peor momento, cuando las muertes se contaban a millares, allí aparecía yo, el Salvador. El ídolo que cuidaba a los humanos desde su inimaginable Atalaya en la Luna. No me malinterpretéis, pero no sabéis lo aburrido que es vivir solo en la Luna y lo divertido que es que la gente te aclame.

También podéis leer el relato directamente desde el blog de Javier: No me cuentes más cuentos.
¡Gracias, Javi, por dejar que lo cuelgue en mi blog! :)

No hay comentarios: